ANÁLISIS

Granada, el viejo y olvidado reino que fue condenado al ninguneo

Los incumplimientos de las instituciones despiertan a una población descontenta con la Andalucía a dos velocidades

La disgregación del TSJA, ubicado en Granada, ha hecho saltar las alarmas ABC

Leo Rama

La inminente pérdida de la capitalidad judicial , los retrasos en la llegada de importantes infraestructuras, el chorreo de la corrupción y el deterioro de la calidad de los servicios públicos están haciendo sospechar a los lugareños de que algo falla. Granada se siente ninguneada , sumida en un proceso decadente y difícil de asumir para el reino que un día fue y que hoy forma parte de una Andalucía a dos velocidades . Y no se encuentra precisamente en el lado de los que más corren.

El tema copa tribunas de periódicos y se habla en la calle. Es un clamor: buena parte de los granadinos se sienten despreciados por la Junta de Andalucía . Era Granada la joya de la corona de la sanidad andaluza. Al final ni eso, como ha quedado patente con las históricas movilizaciones contra la fusión hospitalaria, cuyo arreglo va para largo.

El hecho de que desde Sevilla se gestionen sus tres gallinas de los huevos de oro – Sierra Nevada, la Alhambra y el Parque de las Ciencias – sin que luzcan los beneficios es una de las principales razones. En Málaga se invierten millones en decenas de nuevos museos mientras en Granada las instituciones han tardado siete años en reunir 400.000 euros para arreglar uno de los pocos que alberga la ciudad, el Museo Arqueológico, uno de los primeros fundados en España, que lleva cerrado desde 2010 porque el edificio que lo alberga se viene abajo.

La puesta en marcha del metro suma una década de retrasos , y los que previsiblemente quedan. Tampoco el Gobierno central hace que la cosa marche sobre raíles. Sigue sin llegar el AVE . Y cuando llegue, será muy tarde, con un semi-soterramiento que sí se concede a Bilbao y con una inversión mucho menor con respecto a la prometida en tiempos de Zapatero. Pero la venida de la alta velocidad ha pasado a ser una reivindicación secundaria por el aislamiento ferroviario , de trenes convencionales, que va para tres años. Entre tanto, Fomento da una explicación distinta según el día y derriba la vieja estación de Loja sin previo aviso, acabando así con un símbolo del siglo XIX en un municipio que debe su desarrollo en buena medida al ferrocarril.

Alcalde tras alcalde

«Si lo de los trenes hubiera pasado en Sevilla, Susana Díaz se haría colgado del Puente de Triana», comenta jocoso el periodista Antonio Cambril , cuya afilada y veterana pluma le ha llevado a convertirse en cronista oficioso de la ciudad. «En los 80, cuando se monta la autonomía, Granada tenía una gran influencia administrativa, bancaria, educativa, cultural, judicial… Pero todo eso se ha ido perdiendo» , recuerda. Hoy apenas le queda la universidad, por la que pasó un joven Joaquín Sabina que ya ha confesado que Granada le parecía entonces Nueva York.

Cambril apunta a la falta de independencia de los alcaldes para explicar la pérdida de peso político e institucional de la capital. Sólo salva al actual presidente de CajaGranada, el socialista Antonio Jara, que ha declinado hacer declaraciones para este reportaje. «Se enfrentó a todo el mundo», rememora Cambril, en sintonía con la opinión de Jesús Cascón , otrora hombre fuerte de Alianza Popular en Granada a las órdenes de Fraga. «Si nuestros políticos miran hacia Sevilla y Madrid, ¿quién mira por Granada?» , se pregunta Cascón, que no tiene reparo en tirar de las orejas al PP por no estar a la altura de determinadas demandas, como la del tren, cuando dependen de su propio partido.

Alcalde tras alcalde, los sucesores de Jara siguieron la estela del impulso que dio a Granada. Jesús Quero inauguró algunos de los proyectos insignia de su predecesor y acabó su mandato con una de las derrotas más estrepitosas del PSOE en la capital, a pesar de lo cual fue premiado con la Delegación de la Junta en Granada y más recientemente con la dirección del Parque Tecnológico de la Salud.

Tampoco lucieron en exceso el popular ya fallecido Gabriel Díaz Berbel y el también socialista José Moratalla, que acabó en el consejo de RTVA. «Y Pepe Torres está en los juzgados». Ahora se abre una nueva etapa, una nueva y quizás definitiva oportunidad. Entre montañas de papel, en el despacho de la Alcaldía, el actual regidor, el socialista Francisco Cuenca, insiste a este periódico en que está «peleando» para «recuperar la interlocución perdida» con Madrid y Sevilla . «Granada está reaccionado», asevera Cuenca: «No éramos una prioridad y vamos que darle la vuelta, porque la zona oriental de Andalucía ha sido maltratada».

De izquierdas o de derechas, los entrevistados reprochan que los alcaldes tiendan a ponerse de perfil cada vez que se produce una afrenta. Quizás porque algunos se preocupan más de su interés personal –seguir en el cargo, cueste lo que cueste– que del de Granada. «Si a eso le sumas la apatía y el orgullo de los granadinos, tienes el cóctel perfecto para un desastre» , remacha Antonio Cambril.

El despertar de la fuerza

De pronto y contra todo pronóstico, esa apatía ha dado paso al hartazgo popular y Granada ha alzado la voz por el aislamiento ferroviario y la degradada sanidad pública. Ha tenido que ser un médico armado con un móvil el encargado de despertar a la ciudad de su profundo letargo. La ciudadanía se ha volcado en la pelea por los dos hospitales completos cuando ya se daba por perdida, gracias a la irrupción de un líder, que no es otro que Jesús Candel .

El susodicho no ha estado sólo. Entre sus filas, aunque con un papel secundario, se encuentra el vicepresidente del Colegio de Médicos de Granada, Fidel Fernández Quesada , firmemente convencido de que parte del problema se debe a la cuestión autonómica: «La Andalucía de ocho provincias es un invento, no es una realidad histórica».

Según él, es por eso que se ha roto «el discurso armonizador, vertebrador y solidario» con el que se ideó Andalucía, que cambió el centralismo madrileño por el sevillano . «Hay una Andalucía a dos velocidades», sostiene Antonio Cambril: «Se está produciendo una tremenda desafección que irá a más si la Junta no reacciona».

Un sueño oriental

«Yo, que soy andaluz, declaro que Andalucía políticamente no es nada, y que al formarse las regiones habría que reconocer dos Andalucías: la alta y la baja», escribió a finales del siglo XIX el olvidado literato y cónsul granadino Ángel Ganivet en «El porvenir de España (Cuatro cartas abiertas a Miguel de Unamuno)». Ha pasado mucho tiempo desde entonces, cuando no se habían cumplido ni cien años desde la primera unificación de las dos regiones en una misma Andalucía, que aún hoy escuece.

Andalucía Oriental duerme el sueño de los justos , como si estuviera llamada a despertar algún día. Podría ser, además, un suculento argumento político para aquel partido dispuesto a encabezar una cruzada contra la Junta de Andalucía, máxime en tiempos de bonanza para los populismos. Los intentos más recientes –el transversal Partido Regionalista por Andalucía Oriental– se quedaron en mera anécdota electoral. La idea no termina de cuajar , aunque existe una realidad histórica detrás de esta aspiración legítima y factible con la Constitución en la mano.

No en vano, el escudo nacional se erige sobre una granada, lo que ejemplifica el reconocimiento que le dieron los Reyes Católicos al viejo Reino de Granada , cuya dinastía –la nazarí– aglutinó más monarcas que ninguna otra casa real de las muchas que ha habido en España. Habla con profundidad y pasión sobre el tema el que fuera profesor de Historia en la Universidad de Sevilla y doctor en Filosofía, Vicente González Barberán .

Recuerda que fue precisamente un granadino, el afrancesado Javier de Burgos, el primero en barrer de un plumazo el Reino de Granada para conformar una Andalucía única en 1833. Más tarde se dividió, diferenciando entre Andalucía la Baja y Andalucía la Alta, y luego se volvieron a unificar, a pesar de que el referéndum autonómico en Almería no obtuvo la mayoría necesaria. Para Barberán, no hay duda: «Granada nunca ha sido Andalucía» .

 

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