Granada, la ciudad romántica que sepultó sus ríos
La renaturalización del Genil o el desembovedamiento del Darro siguen siendo debates sobre la mesa en la política local y que vienen a recoger el legado de un paisaje que llegó a convirtió a la capital en un referente de la época
Hubo un momento de la historia en que Granada era reconocida como uno de los enclaves principales del romanticismo en España . El halo de la Alhambra y su entorno sugerían a los viajeros, artistas y literatos principalmente, una belleza tan sugerente que los adjetivos se amontonaban para definirla.
Entre sus principales atractivos se encontraban precisamente sus ríos. El Darro , que configuraba lo algunos denominaban como «la calle más bella del mundo, y el Genil , que aunque con una presencia mucho menor en el imaginario de los románticos, terminaba por construir una ciudad donde la naturaleza atrapaba a cada casa.
Granada, ciudad de agua desde tiempos inmemoriales, más aún tras la época árabe , decidió por el imperativo de modernidad desde la última mitad del siglo XIX en adelante, sepultar esa identidad deslumbrante bajo el cemento. Mucho antes de convertirse en una de las tres capitales más contaminadas de España y de iniciar una lucha concienciada por mejorar su calidad del aire, el verde y la amabilidad de sus calles, eran la norma.
Desde hace pocos años, devolver a la vida social granadina a esos ríos es un debate sobre la mesa. No solo desde el punto de vista de un nuevo urbanismo para la ciudad, donde el coche tenga una presencia menor, sino por la defensa misma de aquel legado.
El mismo Ayuntamiento recurría a él hace pocos meses, con intentonas de incorporar al catálogo turístico un paseo por la Granada romántica . El problema: una buena parte del mismo prácticamente tiene que ser imaginado por el visitante.
Las pinturas de Roberts, Apperley o Lewis , autores románticos extranjeros todos ellos, poco se parecen al actual embovedado del Darro o, aunque haya menos elementos artísticos sobre él, al encauzamiento del Genil que se terminó en los 90 en Granada y que finalmente ha provocado un río seco como fotografía.
«Hasta la primera mitad del XIX, se ve tanto en la pintura como en la fotografía, el romántico venía a Granada con la Alhambra y las cuevas de Sacromonte como objetivos prioritarios, pero también lo eran las riberas urbanas del río, enlazadas con puentes bellísimos, de los que, a pesar de todo todavía late con fuerza una ciudad acuosa« comenta el profesor de la Universidad de Granada y experto en recursos hídricos, Antonio Castillo .
«El Genil, por su parte, es otra cosa, con espacios más versallescos, pero que, sobre todo en la zona del paseo del Violón es propiamente del Romanticismo« explica asimismo Castillo. Las obras en esta zona, de hecho, aunque ya muy lejanas en el tiempo de aquella ciudad de puentes y agua significó »el sellado de aquella época«.
El cemento, un deseo social
Si bien esa romantización de la Granada del XIX es capaz de embaucar a cualquiera, lo cierto es que, sobre todo en el caso del Darro, existían razones de peso para embovedarlo.
«La higiene, varias epidemias de peste o tifus, fomentar las comunicaciones del centro y, ante todo, el deseo de modernidad provocaron que aquella imagen desapareciera. No es como ahora, para entonces, e incluso con el Genil en los 90, si hubiéramos hecho un referéndum habría salido que sí« explica Castillo.
La «ribera veneciana» que creaba el contraste de la Alhambra con el Albaicín, es cierto que quedaba muy bonita en los cuadros, e incluso se exageraba, como era propio de la corriente artística imperante, pero las ansias de poner al día la ciudad en cuanto a su metropoli eran mayores aún.
La pena: aquel movimiento con toda su lógica en el momento, hoy sería fácilmente subsanable , pero con la construcción de buena parte de la arteria principal del centro granadino cimentada y el río varios metros hacia abajo, las obras parecen una quimera.
«Yo creo que incluso algunos granadinos no saben siquiera que por debajo de esa zona pasa un río» resalta el profesor granadino. En ese sentido, el trabajo, sobre todo del ala ecologista está proponiendo en los últimos años diversos proyectos en los que, ahora sí la conciencia social está de su parte.
La renaturalización completa, imposible
El último de ellos ha tenido que ver con el Genil . Las promesas de la alcaldía del PSOE en Granada estaban en devolver el verde a la zona, eliminando ese revestimiento de hormigón que se puso en el año 1995 con motivo del Mundial de Esquí. Esas al menos eran las aspiraciones de los ecologistas, que ven cómo el resultado se quedará a medias.
La aspiración paralela entre institución y sociedad civil se vio precisamente en una de las manifestaciones de estos colectivos, que pedían al Ayuntamiento que se acogiera a los Fondos Next Generation para financiar las obras, principal impedimento todo este tiempo para llevarlo a cabo. El consistorio granadino expuso su plan con el fin de saltearlos, pero ni una noticia sobre esa posible aplicación a los fondos europeos.
En cuanto al Darro, la historia viene desde 2019, cuando Izquierda Unidad y Podemos llevaron el proyecto como principal baza de su candidatura. Con todo, el destino de sacar a la luz el agua parece cada vez más lejos, con proyectos como el del Metro por el centro de la ciudad que impedirán del todo esa posibilidad. La última palabra, además, corresponde a la Confederación Hidrográfica , la cual nunca ha terminado de ver viable el asunto.
«Lo más sensato parecen fórmulas mixtas , sacándolo en otras zonas y en otras respetando el embovedado, donde al menos se reconozca aquella ciudad romántica y la gente pueda hacerse una idea de lo que fue. Campañas de divulgación o en 3D en la misma calle ayudan a concienciar y, por qué no, desear ese tipo de obras« comenta al respecto Antoni Castillo.
El problema fundamenta, con todo, es que el tiempo se agota y el agua también. Cabe la posibilidad, resalta el profesor, de que una vez desembovedado en el río ni siquiera haya ya agua, más en estos de tiempo de sequía.
Lo que se pierde, una vez ese cambio climático es un imponderable, es la posibilidad de haber disfrutado de aquella naturaleza durante todo este tiempo y que, por el contrario, como una auténtica profanación de aquel espíritu romántico, se haya decidido dejarlo durante más de un siglo, bajo tierra.
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