PATIOS DE CÓRDOBA 2O20

Las cuatro esquinas de una vida entera

La belleza de Duartas 2 vista desde el interior durante una jornada de lluvia

Imagen del patio de Duartas 2 en Córdoba Roldán Serrano

Rafael A. Aguilar Córdoba


LA vida entera cabe en un patio . El matrimonio que forman Ignacio Álvarez e Isabel Luque ha construido la suya en el 2 de Duartas , que viene a ser algo así como una prolongación discreta de la calle San Basilio en la zona en la que el barrio encuentra sus límites a dos pasos de la Puerta de Sevilla. «Compramos la casa cuando íbamos a casarnos, y desde entonces vivimos aquí, donde hemos visto crecer a nuestros hijos», apunta el vecino, para quien el patio es su hábitat natural desde siempre. «¿En un piso? No, yo nunca he vivido ahí», espeta. El hombre se crió en San Lorenzo y cuando era muchacho se enamoró de una chica que era del Alcázar Viejo. De la calle Postrera en concreto. «Nos vinimos a esta casa en 1973, y ya estaba reformada aunque es muy antigua. Por eso en el concurso del Ayuntamiento está metida en la categoría de Arquitectura Moderna. Pero en 1964 ya le dieron un premio. Así que la tradición viene de lejos», añade Ignacio.

Llueve en este mayo de climatología rara y de calles inhóspitas y el dueño del 2 de Duartas coge una escoba y limpia las hojas secas del suelo. «Así como lo ven es como nosotros lo tenemos siempre el patio, haya certamen o no», se extiende. El «así como lo ven» se puede resumir en lo siguiente: un zaguán amplio, espacioso y con resonancias de antesala castellanas en el que cabe con holgura una máquina de coser Singer y lucen carteles variados de las fiestas típicas de la ciudad. Por ejemplo: el anuncio de la Feria de Mayo de 1964 que preside un retrato de Manolete y otro posterior que daba cuenta de una de las primeras ediciones de la festividad en honor a Nuestra Señora de la Salud en El Arenal y no en los jardines de La Victoria. Más: mucho Julio Romero de Torres , reproducciones de sus cuadros más populares, «La Chiquita Piconera», «Mira qué bonita era». Y sobre un madero interior de la entrada una galería de los maestros del toreo con más predicamento de la ciudad: Lagartijo, Machaquito, el Monstruo de Santa Marina, Manuel Benítez «El Cordobés».

Y la vida detenida que siempre es un patio para quien lo observa con la curiosidad de un intruso en las intimidades ajenas: en un rincón hay una mesa baja y un par de sillones de madera, y sobre ellos dos libros —«La Iliada» de Homero y «Volavérunt» de Antonio Larrea— y un cesto con retales de ropa y varias madejas de lana trinchadas en un par de agujas. ¿Se trata de piezas de decoración o realmente son objetos domésticos que alguien dejó ahí para seguir haciéndolos suyos en cuanto encuentre otro rato de ocio?

Lo que sí parece claro es que las plantas del 2 de Duartas son algo más que un objeto de decoración. Ignacio acaricia las macetas con frutos aromáticos y detalla cada una de las especies. El tomillo, la yerbabuena, el incienso, la melisa. «Nosotros usamos estas plantas para cocinar», informa sin darle demasiada importancia. Porque para él no la tiene vivir en el sitio en el que vive. Una prueba de ello es que la familia no presentó su patio al certamen hasta que no llevaba cuatro décadas siendo su dueña. «Empezamos en 2011, y porque mi hijo mayor se empeñó en apuntarnos al concurso», explica el vecino, que señala la pared que da cuenta del palmarés del recinto: varias menciones de honor y un tercer premio en la década que lleva de andadura.

Si Duartas , 2 es un patio plenamente habitado y en el que sí se ha mantenido en gran parte la forma de vida de las casa de vecinos —con la salvedad de que desde Ignacio e Isabel lo adquirieron pasó a ser un inmueble unifamiliar—, el número 44 de la calle San Basilio (antes 50) resiste como una suerte de museo despojado por completo de actividad doméstica. Pero no es que haya perdido el pulso, ni mucho menos: varios artesanos tienen su taller en la casa, que es la sede además de la Asociación de Amigos de los Patios de Córdoba y que preside Miguel Ángel Roldán.

«Sí, que pasen», le contesta Roldán a la trabajadora del cuero que abre la puerta cuando ésta le hace la consulta de si las visitas de los periodistas están permitidas aunque el coronavirus se haya cargado la cita festiva. Mariló Rodríguez-Campos trabaja el cuero en un cuarto que se encuentra a la derecha de la escalera encalada que parte el patio por la mitad y en la que se ha fotografiado multitud de turistas. «Esto sale adelante por el trabajo que hacemos los vecinos de aquí, aunque no vivamos en esta casa», afirma la mujer, que limpia la estancia descubierta del inmueble que también es famoso por el chino cordobés y por el pozo encalado.

Además de por su abultado libro de honores oficiales, el 50 de San Basilio tiene un nombre en la historia de las tradiciones de la ciudad por ejemplificar cómo el empeño cívico puede imponerse a la dinámica de los tiempos. El relato es el siguiente, tal y como recuerdan los más mayores del Alcázar Viejo: cuando la década de los setenta del siglo pasado empezaba a mediar muchas familias que llevaban desde siempre viviendo en habitaciones de las casas de vecinos vieron que su economía, acorde a la recuperación que experimentaba el país entero, daba para ciertos posibles. Para un piso en la avenida de Barcelona o en el Parque Figueroa, para una casita en Cañero, para una parcelita en Alcolea.

El fruto del empeño

Y sucedió que esas familias, que no fueron pocas, dejaron deshabitadas las casas de vecinos. La buena noticia era que quienes se marchaban progresaban, la mala que el patio como fenómeno estético y arquitectónico corría el riesgo de perderse. Alguien se dio cuenta y actuó en consecuencia: en este caso la Asociación de Amigos que preside hoy Miguel Ángel Roldán, que compró el inmueble del 50 de la calle de San Basilio cuando las siete familias que la habían ocupado hicieron las maletas.

Y gracias a ese empeño ahí sigue esa escalera que bien que podría ostentar el digno título de ser el fondo de esta fiesta de mayo más usado en los autorretratos de los teléfonos móviles . Y ahí sigue ese pozo. Y ahí sigue ese zaguán de luz sombría pero acogedora, tanto como la artesana del cuero que se despide con una sonrisa y un deseo: «Veréis como el año que viene abrimos».

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