Rafael Aguilar - El norte del sur
La zanja del debate
Cada cual sienta cátedra lo mismo de la investidura que acerca de la obra de Capitulares
ESPAÑA como la puerta del Ayuntamiento en la sobremesa: empantanada en una obra parada cuando el sol calienta más allá de las previsiones meteorológicas y con una fecha más incierta que verosímil de que haya un final más o menos satisfactorio. Con zanjas se construirán y se mejorarán las calles pero desde luego que no se levantan los espíritus de los ciudadanos recién llegados de las vacaciones. Sucede que el vecino es descreído por lo natural, de manera que ve una excavadora interrumpiendo el paso en una acera y se teme lo peor, las más de las veces con razón: que aquello no va a acabar nunca y que si alguna vez el perito de turno firma el parte de apertura del enclave en cuestión lo está haciendo a prisa y corriendo y además con la duda de que la cosa no ha quedado más que para un retoque a no más de tres años vista. El fenómeno es parejo al de los debates de investidura , los lidere un candidato de este lado de la calle o de la de enfrente: que el personal pone la radio o enchufa la tele con la costumbre de que las sesiones no llegarán a ningún sitio, de que todo será un esfuerzo inútil, un manojo de palabras para envolver las promesas del mes que viene y un puñado de votos que se los llevará el viento de la desolación de tan inútiles que son.
Y no falla: igual que todo vecino lleva dentro un arquitecto técnico que sabe exactamente lo que hay que hacer en el justo momento en el que aparece un resto califal en la esquina de Capitulares con Alfaros, hay agazapado un cronista parlamentario en cada parroquiano acodado en la barra de una taberna. Los paisanos igual sientan cátedra sobre el tipo de pavimento empleado por la subcontrata con la que ha contado la autoridad municipal para darle lustre a un cruce de caminos maltratado por el tráfico urbano pesado que de las estrategias del o de los aspirantes a hacerse con ese caramelo envenenado que es un gobierno precario. El tipo meditabundo del fondo del local defiende que los suyos no tienen por qué ceder, que lo correcto es que se queden donde están ahora, que por otro lado es donde han estado siempre según aduce, y que quien tiene que pedir disculpas y dar un paso atrás es el aspirante que agota su turno de palabra en la televisión de plasma viscoso colocada justo debajo de la efigie de Manolete, que tal y como esgrime el mismo fiel de la hora del aperitivo iba a poner a todos firmes si levantara la vista de la tumba a la que le condenó Islero tan prematuramente. Tercia el contertulio del extremo opuesto y no solo en el sentido espacial de la expresión: argumenta con la firmeza que le da a su discurso el catavino de su mano derecha que quien acierta es que quien intenta buscar alianzas y no ahora que es preciso cuadrar la aritmética del hemiciclo, sino de siempre, porque el espíritu de entendimiento está en la forma de ser de su líder desde que dio sus primeros pasos en la política. El tabernero levanta la mano, da un puñetazo sobre el cinc de la barra y zanja el tema porque en efecto, según ponfitica, la obra de Capitulares está mal planteada.