Aristóteles Moreno - Perdonen las molestias
Vuelven los pantalones campana
De la estampa de cargos públicos cordobeses constituidos en plataforma de apoyo a su jefa, hablamos otro día
SUSANA Díaz quiere hacernos creer que para afrontar el futuro hay que refugiarse en los pantalones de campana. Que contra el vértigo de la globalización y los contratos cero, lo mejor es regresar a la trenca y a las chaquetas de pana de toda la vida. Que para neutralizar el movimiento sísmico del 15-M no hay nada como aferrarse a los orígenes y las bolitas de alcanfor. Lo vimos el domingo pasado en el «show vintage» que organizó en el Ifema de Madrid. Un espectáculo de luz y confeti repleto de glorias del pasado y fuegos de artificio. Desde el señor González al ex vicepresidente Guerra, pasando por Rubalcaba, Zapatero, Manolo Chaves, Pepe Bono, Chacón, Griñán y hasta Matilde Fernández . Que tiene tarea el asunto.
Cualquier psicoanalista de andar por casa le hubiera diagnosticado un preocupante cuadro de pánico al futuro con síntomas ansioso depresivos. De otra manera no se entiende ese retorno patológico al útero materno del felipismo y la década prodigiosa. Los gobiernos del señor González protagonizaron una contribución decisiva a la cimentación del Estado solidario. Sí, de acuerdo. Pero uno no puede estar toda la vida vendiendo la educación y la sanidad universales como si fueran pescado fresco a la puerta del mercado. Oiga, ya vale, perfecto. ¿Y ahora qué?
El otro día escuchamos en la radio a un acólito de la señora Díaz sacar el decreto de las pensiones no contributivas como prueba de pedigrí social del partido de la candidata. El decreto de marras fue publicado en el Boletín Oficial del Estado el 22 de diciembre de 1990. Ya ha llovido desde entonces. Nada menos que 27 años de lluvia pertinaz. El acólito en cuestión atiende al nombre de Guillermo Fernández Vara, presidente de la Junta de Extremadura , y se encuentra de gira por el espacio radiofónico de medio país llevando bajo palio a la emperatriz de Triana.
Cuando uno tiene que tirar de fondo de armario para vestir el futuro es que algo falla en la mercancía que tiene entre manos. Desde ese punto de vista, la fotografía del «show vintage» del Ifema retrata una oquedad de discurso que nos recuerda al desierto del Gobi. Enorme y vacío. De hecho, el centro de gravedad del acto no se encontraba en la candidata y su órdago político, sino en el desfile de celebridades de la primera bancada. De la todavía presidenta andaluza, dicho sea de paso, no escuchamos más allá de una sucesión de trucos emocionales que lo mismo valen para una gala benéfica que para un magazín de Canal Sur. Para seducir a un electorado en fuga, desde luego, no.
La Susana Díaz de hoy hubiera sido la Rodolfo Llopis de 1974, cuando un joven abogado sevillano hizo temblar las viejas estructuras de un aparato fatigado por las heridas de la posguerra y la melancolía de un mundo a punto de extinguirse. De un líder se espera que alumbre el camino en medio de la oscuridad y los retos del siglo XXI. Y lo que ha hecho la señora Díaz es esconderse detrás de la nomenclatura y volver a sacar a san Felipe de paseo para conjurar su miedo cerval a Pedro Sánchez.
Porque todo este tinglado fuera de escala solo denota un pánico atroz al ex secretario general y su aureola de Espartaco contra el imperio. Un tipo aseado y gris, al que la presidenta de la Junta ha tenido la virtud de convertir en mártir y símbolo de la resistencia. Ella solita.
De la estampa de cargos públicos cordobeses constituidos el pasado lunes en plataforma de apoyo a su jefa ya hablamos otro día. O mejor no.