APUNTES AL MARGEN
Viva el gobierno municipal
Este equipo de gobierno se ha buscado sus problemas sin necesidad de incentivos.
Tengo escrito, aunque no sé muy bien dónde, que estas cosas de estar al borde del ataque de nervios han de tener que ver con la aluminosis, el plomo de las cañerías o la mezcla del hormigón de la sede del Ayuntamiento. La cosa es que el edificio municipal de Córdoba genera un síndrome, bautizado «de Capitulares» en los tratados, que convierte a las autoridades locales en seres que hablan de sí mismos en tercera personas, piensan que la culpa siempre es de los otros y tienen como santo y seña una frase redonda: «todos tontos menos yo». Desde siempre, he defendido que se trata de un trastorno psiquiátrico transitorio que deriva en cambios de humor evidentes que concluyen en salidas de pata de banco, explosivos cambios de personalidad y una capacidad verdaderamente encomiable por buscar culpables ajenos a todo lo que ocurre «motu proprio».
Uno de los elementos más desagradables del síndrome de Capitulares es que afecta a personas habitualmente pacientes, comprensivas e incluso normales, cosa rara de encontrar en este teatrillo llamado política. Es evidente que cualquiera puede tener un día chungo y acabar dándose cabezazos contra la estatua de Claudio Marcelo. Pero sorprende ver ese poso de amargura en gente que apenas lleva unos meses recibiendo el foco de la actualidad local, que no se presentó a las elecciones municipales encañonada (al menos que se sepa) y a las que le quedan más de tres años y pico de mandato. Cuatro años en Capitulares, parafraseando a Juanito, pueden ser «molto longo».
«El síndrome de Capitulares afecta a personas habitualmente pacientes»
El numerito montado por el concejal de Presidencia a cuenta, primero, de un informe salido de sus propias dependencias supera con creces toda la historia clínica del síndrome de Capitulares conocida hasta el momento. No pasa nada por perder las formas alguna vez, cosa que a cualquiera le puede pasar. Entrar en terrenos de dislate, aquellos en los que se sobrepasa lo tolerable, no forma parte del talante de un tipo habitualmente cabal. Si esto va de tener un poli malo, el edil Emilio Aumente tiene más cintura, don de gentes y sangre fría.
Luque sabe, porque lo sabe de sobra, que puede culpar al caballo de las Tendillas de lo sucedido durante el primer tramo de mandato. La realidad es que su gobierno ha estado en problemas por cuestiones que solo obedecen a su voluntad. A decisiones, algunas, en las que ha participado directamente (o debería haberlo hecho) como coordinador político de la acción de gobierno, a acciones perfectamente evitables donde el equipo de Capitulares se ha comportado como pollo sin cabeza. No, ningún político de la oposición ni ningún periodista obligó a nadie a votar contra los toros, a pelearse con las cofradías, a retirar subvenciones a determinadas organizaciones no gubernamentales o a guardar un minuto de silencio que acabó criticando ese fascista peligroso llamado Pedro Sánchez. No, concejal, los que mandan en la Diputación y os han dejado solos en algunos de estos trances son de vuestro propio partido. Quienes no os han querido apoyar con lo de Cosmos son, precisamente, vuestros jefes en Sevilla. El carácter, donde hay que echarlo, torero.
«Ningún político de la oposición ni ningún periodista obligó a nadie a pelearse con las cofradías»
El síndrome de Capitulares siempre ha tenido los dramáticos síntomas de entender las críticas como paraguazos en la cabeza y de hacer que los pacientes caminen dos centímetros por encima del suelo. La opinión publicada y pública cumple el papel de esos personajes que en la antigua Roma subían a las traseras de los carros llevados por generales victoriosos para recordarles que eran humanos. O es un contrapeso o no es. Si no sirve de altavoz a otras voces, pierde su función soberana.
En tan poco plazo de mandato, un verdadero récord, se ha llegado a esto. A comportamientos y palabras injustas cuando no miserables. Signo, quizá, de estos tiempos, donde la renovación resulta ser de formas más que de fondo y, en muchos casos, a peor. Donde lo único que queda es pasar la mano por el lomo, adular y hacer el caldo gordo. Gritar, a voz en cuello, viva el gobierno municipal. Pues nada. Hip, hip. Hurra.