Coronavirus Córdoba

La viuda y la hija del primer sanitario de Andalucía muerto por Covid | «La gente cantaba ‘Resistiré’ y nosotras de luto»

Mañana se cumplen cinco meses de la muerte de Manuel Barragán, el primer sanitario andaluz víctima del Covid-19

Suben a 290 los hospitalizados por coronavirus en Andalucía, 23 más en un solo día

Un paciente en la UCI y un nuevo techo de positivos de Covid-19 en Córdoba con 117 casos en un día

Emilia Barragán y Emilia García, delante de la placa que recuerda a su padre y esposo VALERIO MERINO

Rafael A. Aguilar

MANUEL Barragán Solís escribió el último « whatsapp » de su vida a las 16.58 horas del 20 de marzo de 2020 en una dependencia de Urgencias del Hospital Reina Sofía , en el que acababa de ingresar. «Me han metido en una consulta. Pregunta». Su hija Emilia, que le había acompañado desde su casa en una ambulancia, esperó unos minutos en el exterior del edificio y al poco le entregaron una bolsa de plástico el teléfono de su padre y con su cartera. No lo volvió a ver. Ni ella ni su madre, Emilia García, de 63 años, tantos como tenía su esposo cuando falleció, hará este martes cinco meses justos.

Manuel, con destino durante los últimos once años en el centro de salud de Levante Sur de Córdoba, en Sagunto , murió el 25 de marzo por coronavirus y se convirtió en el primer sanitario andaluz que perdió la vida por la pandemia y en el sexto vecino de Córdoba que falleció por esta causa. «Ya van ciento diecisiete muertos en la provincia: cuando pasó lo de mi padre llevábamos cuatro días confinados. Estábamos en casa, llorándolo, y escuchábamos a la gente cantar y bailar el ‘Resistiré’ ... Y nosotras, de luto, ya habíamos perdido la batalla», reflexiona su hija, una abogada de 31 años, junto a su madre en la cafetería de enfrente del recinto de Atención Primaria que desde el pasado 30 de julio lleva el nombre del doctor malogrado .

«Cómo voy a culpar yo a nadie de lo que sucedió... Si Manolo trabajó sin protección, lo hacían de la misma manera sus compañeros»

La viuda de Barragán sabe desde siempre el cariño con el que él trataba a sus pacientes : Manuel se había curtido en sus inicios en puestos en los que un médico no es sólo alguien que cura, sino que además es un amigo, un confidente, un confesor. «Nosotros nos conocimos en Conquista , que es donde yo vivía y adonde él fue a hacer una sustitución en 1984 . Después estuvo mucho tiempo en Posadas y de allí pasó a los consultorios del Polígono Guadalquivir , al de Poniente que está junto a la plazas de los toros, al del Sector Sur y ya por último aquí a Levante : él quería tener su trabajo cerca de casa, venir todos los días andando como ha hecho en estos once años en los que no se ha dado de baja ni un solo día», recuerda la mujer, emocionada por momentos.

Las dos mujeres, de camino al centro de salud Levante Sur VALERIO MERINO

Emilia acaba su café y anda junto a su hija —la familia la completa un hijo más— por la misma acera por la que su marido se aproximaba cada mañana a su puesto de trabajo. Son las once de la mañana y hay colas de usuarios en el exterior. Las dos mujeres posan para el fotógrafo de ABC delante de la placa que recuerda a Manuel y no tardan en acercárseles pacientes. «No paran de preguntarme cómo estamos, de decirme que sienten mucho lo que nos ha pasado. Agradezco estos detalles...», comenta la viuda. Tercia la joven: «En Posadas hay gente mayor que todavía dice que ‘va a lo de Manuel’ cuando tiene cita con el médico... Allí mi padre dejó huella». Interviene Emilia, su madre: «Él era muy serio para el secreto profesional. Pasaba consulta a algunos de nuestros vecinos de ahora, de nuestra zona de Carlos III , pero nunca me contaba nada de qué les pasaba». Pero diez días antes de ponerse enfermo por el Covid-19 , sí que Manuel compartió con su esposa sus inquietudes profesionales. «Mira, me han abierto el cupo y ha empezado a venir mucha gente, sobre todo extranjeros, con problemas de garganta y, con el coronavirus que hay ya, veremos a ver... Esto nos va a venir largo, Emilia», recuerda la mujer que se insistió el doctor desafortunado.

«Me ha afectado la ligereza con la que mucha gente se ha tomado la pandemia... Hay algo que no nos han contado bien»

No hay en ella rastro de resentimiento, ni de reproche. Sí que hay dolor y falta de hábito a la ausencia aún tan reciente. «Cómo voy a culpar yo a nadie de lo que sucedió... Si Manolo trabajó sin protección, lo hacían de la misma manera sus compañeros. Lo único es que él tuvo la mala suerte de que le llegó un paciente infectado y se lo pegó, y a otros no le pasó. Nadie tiene la culpa de estas cosas», recalca Emilia.

Su hija da un paso hacia la crítica. «A mí me ha afectado la ligereza con la que mucha gente se ha tomado la pandemia... Esto parecía una feria... Hay algo que no nos han contado bien... A la gente no le han hecho ver la gravedad de la situación... En los meses de confinamiento daba la sensación de que la gente creía que esto iba a ir siempre con otros, que no les podía pasar a ellos... Hasta que te pasa...», resume. Ella comprendió, en la ambulancia que trasladaba a su padre al Hospital el 20 de marzo, que el problema podría ser muy grave. «Llevaba días en casa, en la cama, pero empeoró y lo trasladamos. En la ambulancia se puso muy malo, empezó a asfixiarse...», rememora. Se despidió de su progenitor en la puerta de Urgencias y ya no volvió a verlo. Ni ella ni nadie más de familia. Ni vivo ni muerto.

La viuda de Barragán saluda a una paciente de su marido en la puerta del centro de salud en el que trabajaba V. M.

«Esa noche, la del veinte de marzo, nos llamaron del Reina Sofía. Una intensivista. Nos informaron de que papá estaba en la UCI, muy mal. Neumonía bilateral. Desde entonces recibíamos una llamada al día en la que nos comunicaban su estado. Agradecimos la amabilidad y la sensibilidad de la intensivista. Ya el día veinticuatro nos avisaron de que el fallecimiento era cuestión de horas... El veinticinco a las diez menos cuarto de la mañana sonó el teléfono. Papá había fallecido», indica la muchacha.

Lo que vino después fue un dolor agudo por la pérdida de Manuel que se multiplicó exponencialmente por la cruel imposibilidad de no poder darle ni siquiera unas honras fúnebres. «Se lo llevaron de la morgue del Reina Sofía a Conquista , donde lo enterraron. Allí había dos testigos, dos familiares nuestros, y a la distancia que estaba marcada», explica Emilia García, que cuando el desconfinamiento lo permitió preparó un funeral en la localidad del Valle de los Pedroches . Para entonces, la conmoción por el triste final de Manuel había derramado lágrimas no sólo entre sus familiares.

«Recibimos muchas llamadas y mensajes. De amigos, de compañeros, de autoridades. Algunos nos llamaban y se quedaban callados, no sabían qué decir, parecían tan rotos como nosotras...», reflexiona la joven a unas decenas de metros de la placa conmemorativa del centro de salud que lleva su primer apellido. Emilia, su madre, se seca los ojos, se ajusta la mascarilla y se agarra al brazo de la chica para regresar a su domicilio por el mismo camino que su esposo hacía cada jornada. «Le quedaba un año y medio para jubilarse. Habíamos arreglado la casa de mis padres en Conquista porque ya íbamos a ir con más frecuencia. Y fíjese cómo es la vida...».

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación