Aristóteles Moreno - Perdonen las molestias
Vista de lince
Ahora sabemos que el ex presidente del Córdoba CF dijo no al egipcio Salah, el nuevo astro del fútbol mundial. Con dos bemoles
Mohamed Salah tiene una de esas zurdas endiabladas que conducen el balón a través de la hierba como si lo mantuviera atado a la bota. Es dueño de una velocidad electrizante, de un quiebro que desafía las leyes de la física y de un sentido depredador en el área que le permite anotar goles de factura inverosímil. Posee registros futbolísticos sobrados como para asaltar cualquier fortaleza inexpugnable.
Nació en Basiun, al norte de Egipto, un 15 de junio de 1992, y despuntó para el fútbol internacional en la Copa del Mundo sub-20 de 2011 . Fue entonces cuando sus virtudes excepcionales lo catapultaron al mercado europeo, primero al Basilea, a quien le entregó en bandeja la liga suiza, y más tarde al Chelsea, la Fiorentina, la Roma y, finalmente, el Liverpool. Mourinho , especialista en dilapidar talentos naturales, apenas lo alineó en el once inicial. Explotó en Italia. El egipcio deslumbró en la Fiore y conquistó la Roma con su fútbol dinámico y punzante como un bisturí.
El 22 de junio de 2017 aterrizó en Liverpool para presentar sus credenciales como serio candidato al cetro mundial. Ha firmado una temporada colosal y se ha quedado a un palmo de alzarse con la Bota de Oro que lo encumbra como máximo realizador de las ligas europeas. En su camino se ha interpuesto un extraterrestre: Leo Messi. Normal. Ahora acecha el Balón de Oro y está dispuesto a dinamitar el monopolio madridista en la Champions League el próximo 26 de mayo.
Un diamante puro como Salah genera destellos de luz capaces de ser detectados a distancia. Por lo visto, no por todo el mundo. En 2012, un ojeador profesional llamó a las puertas del Córdoba CF . Un agente de la FIFA, de nombre Ludovic Megret, tenía en su cartera algunos de los valores emergentes del caladero futbolístico africano. Entre ellos, figuraba un chaval de pelo negro retorcido y sonrisa de par en par. Se llamaba Mohamed Salah y apenas había cumplido la veintena de años.
Megret contactó con Cándido Cardoso , uno de los asesores del presidente del Córdoba CF. Pero el presidente, vista de lince, desestimó su fichaje porque no estaba dispuesto a pagar un «pequeño traspaso» a cambio de un jovenzuelo que hoy tiene un precio de mercado incuantificable. Carlos González se esmeraba entonces en meterse en todos los charcos que se encontraba en su camino. Si no le pisaba el callo al Ayuntamiento, le propinaba un puntapié a la prensa o le arreaba un codazo a la afición.
Todo conforme a su estilo autoritario y, para ser más preciso, pendenciero. En una de sus habituales bravuconadas, vetó el acceso al palco de autoridades al señor teniente de alcalde. La chulería no pasaría de ser codificada como una simple descortesía institucional si no fuera porque el estadio es propiedad municipal . O sea. No fue la única vez en que el señor presidente se erigió en emperador del planeta Tierra. Ya antes había negado la entrada a los redactores de este periódico porque la realidad que retrataban no se ajustaba al mundo de colores que había pintado su señoría.
Su paso por Córdoba fue el de un tornado en medio de un campo de tulipanes. Un rinoceronte hubiera atravesado un escaparate de jarrones chinos con más delicadeza que la de este empresario de brocha gorda , que acabó embolsándose unos cuantos kilos de su paso por el club. Hace poco supimos que se auto adjudicó un sueldo mensual de 20.000 euros , en compensación a su formidable capacidad de destrozar jardines.
Con este sensacional bagaje, es comprensible que se paseara por sus narices un superclase y lo confundiera con un pollo en pepitoria . Normal.
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