Tribuna Libre
«Vinos, casas y callejas en Córdoba», por Manuel Ramos
Durante el siglo XIX miles de metros cuadrados de casas señoriales en Córdoba acabaron dedicados a negocios e industrias como bodegas
El Consejo Regulador del Vino Montilla-Moriles rindió homenaje recientemente al novelista americano Edgar Alan Poe , pues fue él quien con su cuento «Barril de amontillado» dio difusión y proyección internacional por primera vez a los excelentes vinos de nuestra tierra. Sin duda alguna, una buena iniciativa que debería ser apoyada y reforzada con otras actividades que intenten paliar la actual sequía de proyectos de turismo cultural que padece nuestra ciudad.
En este sentido, falta en la actualidad un nexo claro entre el vino y el patrimonio histórico de Córdoba , vínculo que sí existe en otras ciudades, mientras que en la nuestra, hoy por hoy, y por desgracia, no se extiende más allá de las tabernas. Por ello es preciso innovar y potenciar esos vínculos, porque lo cierto es que con tan sólo dar un paseo por nuestros barrios rápidamente afloran referencias evocadoras, sin ir más lejos en el propio callejero.
En tal sentido, la Calleja del Pañuelo lleva como nombre oficial el de Calleja de Pedro Ximénez , que aunque fue nombre de cierto vecino, coincide con el de la famosa variedad de uva. En el barrio de los San Lorenzo nos sorprende encontrar la Calleja de los Buenos Vinos , denominación que según Ramírez de Arellano , hacía referencia al apellido -que no apodo- de uno de sus antiguos moradores.
«Falta en la actualidad un nexo claro entre el vino y el patrimonio histórico de Córdoba, vínculo que sí existe en otras ciudades»
Junto a la plaza de las Cañas encontramos un viejo azulejo que reza: «Calleja de los Odreros» , esto es, los artesanos que fabricaban los odres o pellejos donde se almacenaba el vino. Hoy la calle lleva por nombre Sánchez Peña y desde allí, a tan solo un centenar de pasos, podemos visitar junto a la calle Lineros la calleja-barrera de los Vinagreros, después llamada de la Bodega.
Pero el vínculo de nuestro casco histórico con los vinos también lo encontramos en ciertas casas solariegas y otras casas-patio que, por diversos motivos, dejaron de ser viviendas y se transformaron en variopintas industrias, entre ellas, bodegas .
Este fenómeno viene a coincidir en el tiempo con el declive de la nobleza local, cuyas menguadas rentas impiden a la aristocracia seguir manteniendo y conservando sus antiguas y costosas residencias. En muchos casos, los nobles simplemente terminan arruinándose y malvendiendo sus casas durante el siglo XIX. En otras ocasiones, las viviendas llevaban tiempo abandonadas pues los antiguos señores habían emigrado a la corte, a las Indias o a otras ciudades mucho antes de aquel siglo. Sea como fuere, de la noche a la mañana miles de metros cuadrados quedaron libres intramuros , siendo éste el momento que aprovecha la burguesía para instalar en las casas señoriales de Córdoba distintas industrias.
Por ejemplo, en la famosa Casa del Indiano quedó instalada una fábrica de gaseosas; una fundición de campanas en las casa que hasta hoy se conoce precisamente así, como Casa de las Campanas , o un almacén de hierros y chatarra en la Casa de las Pavas .
En otros casos, lo que antaño fueron lujosos salones decorados de rico mobiliario, en pocos años quedaron sembrados de «criaderas» o grandes barricas donde fermentaba el vino. Tal fue el caso de las Casas del Conde de Gavia, entre San Pedro y la Magdalena , lugar en el que la familia Carbonell instala su bodega a final del XIX.
Bodegas San Rafael en la calle Barroso
La Casa de los Caballeros de Santiago, solariega del Conde de Vadelagrana, señores de las Quemadas y doña Sol, se convierte en la sede de la mercantil Bodegas Nuestra Señora de la Fuensanta hasta que, finalmente, en el año 1956, el Ayuntamiento de Córdoba, presidido por don Antonio Cruz Conde, compra el inmueble por 900.000 pesetas con el fin de adaptarlo a colegio público.
En las Bodegas San Rafael quedó transformada la solariega Casa de los Velasco, sita en la calle Barroso , de cuyo glorioso pasado aún se conserva la portada blasonada y un bello ajimez renacentista. También quedó convertida en una bodega, concretamente en las Bodegas Ordóñez , la conocida como Casa del Burro, perteneciente a los Díaz de Morales, en la calle Muñices, frontera con sus casas principales.
En Bodegas Pozo se transformó una preciosa casa renacentista con patio claustrado que existe entre la calle Pompeyos y la del Reloj, y el mismo final tuvieron otras casas de Córdoba al quedar convertidas en sede de la Sociedad de Plateros . Aquel fenómeno alcanzó también a ciertos edificios religiosos, como la iglesia conventual de Regina , abandonada a su suerte en el actual mandato pese a disponer del mayor y más espectacular artesonado mudéjar de toda España, una joya sin parangón. El templo en cuestión, de Facultad de Veterinaria pasó a convertirse en las bodegas de la taberna «El 6».
«Bodegas San Rafael quedó transformada la solariega Casa de los Velasco, sita en la calle Barroso, de cuyo glorioso pasado aún se conserva la portada blasonada y un bello ajimez renacentista»
Ejemplo claro de este fenómeno de transformación lo ofrece hoy Bodegas Campos . Fundadas en 1908, Domingo Campos agrupó para su proyecto bodeguero cinco casas del barrio de San Nicolás de la Axerquía, la más importante la que nombre del Santo Dios.
Pero también hubo nobles que lucharon por hacer grandes vinos; junto al citado conde de Gavia, figura sobresaliente fue el Marqués de Benamejí , don Juan de Dios Bernuy, de cuyos vinos se hizo una gran alabanza en las Exposición Universal de Paris de 1867.
El Marqués vivía en la calle Agustín Moreno y sus casas, tras arruinarse y perderlas, fueron convertidas en la Escuela de Artes y Oficios «Dionisio Ortiz» . Ésta es la mansión en la que se inspiró Pío Baroja para recrear aquel palacio cordobés decadente que aparece en su obra «La Feria de los Discretos». La novela hace descripciones detalladas de la casa, y entre otras aspectos, enfatiza el hecho de que disponía de «una bodega grande con enormes tinajones enterrados en el suelo que parecían gigantes». Milagrosamente algunos de aquellos tinajones aún se conservan en el patio de la entrada.
Pero como buen noble, el marqués de Benamejí tenía además otras aficiones, algunas muy caras... Si quieren descubrirlas, les animo a visitarla. El estanque de la casa, la novela y sobre todo, el pedestal de la escalera principal, les desvelará algunos secretos del marqués. Ya me contarán.