OPINIÓN

La videollamada

Los renuentes a esta tecnología invasiva no acabamos de ver esto de que nos sorprendan en el torpe desaliño indumentario

Dos niños hablan con sus abuelos por videollamada EFE
Rafael Ruiz

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DE todos los grandes momentos que llevamos vividos en los últimos días, el descubrimiento de la videollamada es el que, a los menos dispuestos a la cuestión tecnológica, nos está acercando de forma severa a los monos de Kubrick ante el bruñido tótem negro con «Así habló Zaratustra» de música de fondo. Similar a la vez que aquellos de Arrakis nos instalaron una caja que hacía unos ruidos infernales para poder ver señoras en internet al coste de una llamada local o el día en el que, comprando un jamón, nos regalaron el primer teléfono móvil. En realidad, un dispositivo que podía ser usado como arma arrojadiza en caso de que un ataque de aviesas intenciones dado su peso, dimensiones y rígida antena.

Como no todos tenemos novia en Teruel, resulta que eso del Skype nos ha pillado un tanto retirados y no poco renuentes a esas incorporaciones tecnológicas, tan invasivas. La videollamada y, horror, las reuniones colectivas usando la camarita de marras constituyen una fuente inagotable de problemas que la teoría de la comunicación ha estudiado siempre bajo el concepto de ruido. Es decir, la cantidad de información que se pierde debido a interferencias en el canal entre emisor y receptor, usando la terminología clásica de McLuhan y otros. Se le da al icono camarógrafo y allá que aparece el personal como no debe en estos días de torpe desaliño indumentario. Las conversaciones se hacen inconcebiblemente confusas de manera que ya no sabe uno si la familia, bien gracias, o en su caso no y lo que toca es dar ánimos. Y acaba aquello en un galimatías inconcebible, todo caos, en el que no ve uno la hora de decirle al personal que nos vemos en los bares. Cuando abran si es que abren. Que está empezando a doler la cabeza y no sobran los test.

Esto se solapa con la cuestión no resuelta por la ciencia y la ingeniería de por qué acabamos viendo, en caso de videollamada , lo que no se debe. Resulta que conecta el personal para ver cómo se lleva el confinamiento y solo se ve techo y cuadro con el audio deficiente, meros ruidos ante solo cabe preguntar: ¿mande? Acaba uno admirando la decoración del saloncito, los juguetes del niño tirados por el suelo, esos bellos aparatos de aire acondicionado. Flequillos para quien lo disfruta, exposición de pelos 2.0, a la parienta viendo la serie de Netflix. Mirando para Cuenca misma en vez de al dispositivo correcto. Apareciendo de lado en la pantalla de forma que parece que anda uno en la estación espacial.

De no estar aquí cerca, piel con piel, casi prefiero al personal por el hilo de voz. La conversación certera, el mensaje corto , el todo bien y saludos cordiales. So pena de que me den a elegir y la alternativa sea la funesta manía de grabar «La venganza de Don Mendo» en archivos de audio. Que solo espero penas del infierno para el que se le ocurrió tal cosa. Menudo menda, el notas. Así se pudra.

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