PUETA GIRATORIA

¿Qué vendrá después?

La tecnología unifica, pero anuncia el riesgo de trastornar el orden de prioridades en la relación humana

Candados de seguridad sobre un fondo de códigos informáticos ABC
Natividad Gavira

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A la era digital le tenemos que agradecer su capacidad de atravesar fronteras. Todos los lenguajes se han adaptado según sus exigencias y nadie desafía ya la obligación de estar donde están sus receptores: al otro lado de una pantalla. Es un mandato de los tiempos que no se puede desatender y que debería obligarnos también a revisar nuestro modo de comunicarnos. La tecnología unifica, nos iguala, pero anuncia el riesgo de trastornar el orden de prioridades en la relación humana.

Ya sé que no soy la primera en advertir cómo las relaciones interpersonales están mediatizadas irremediablemente por el uso de la tecnología, y como éstas alimentan todo tipo de anhelo, suplantando la necesidad innata de la compañía y la comunicación. Si somos seres en permanente estado comunicante, lo somos ahora sin necesidad de interlocutor físico y eso nos daña. La tecnología dominante no nos señala los usos higiénicos de su lenguaje, por nuestra necesidad de comunicación, ha colonizado nuestras costumbres y las prioridades de todos han ido cambiado. Hasta hace unos años hacer un uso moderado del móvil se entendía como una postura correcta, ahora prima la híper conexión.

El aislado, siquiera unos minutos, teme una suerte de penalización social: si no estás, no existes. La nueva manera de comunicarnos aísla a los mayores que no pueden entender el arrobo con que se acaricia la pantalla táctil de un móvil -prueba de que su conversación ya no interesa- y a los más pequeños, que comprueban como cualquier actividad puede ser interrumpida por sus padres para atender el teléfono o el mensaje. Y los imitarán.

Ya es habitual el paisaje urbano de ciclistas leyendo la pantalla de un móvil y jóvenes y no tanto con paso inseguro para no tropezar mientras teclean a dos manos. Es fácil ver a personas hablándole al micrófono interior del móvil y otros gesticulando mientras, provistos de auriculares inalámbricos, arreglan el mundo. ¿Qué vendrá después?, si consentimos relaciones humanas distorsionadas por aparatos, ¿cómo abordaremos la concatenación de revoluciones que nos asegura internet y sus aplicaciones? Dicen que estamos en un porcentaje mínimo de explotación de la red de redes, según las posibilidades de futuro.

Hemos reconocido la incógnita de los tiempos pero más parece que tendremos que pararnos a reflexionar sobre como el prodigioso intercambio de datos puede acabar en modos de relación deshumanizados.

Todo está en las redes, nos dicen, asumiendo el convencimiento de que las nuevas tecnologías hacen decrecer nuestra atención y nos distraen de quien tenemos enfrente, de sus necesidades. Las redes han conseguido modificar nuestras costumbres y acortar distancias; desafiar espacios y conectar lugares esquinados en el mapa, pero no pueden tener la última palabra cuando se trata de relaciones interpersonales. No hemos llegado hasta aquí para arriesgar lo esencial de la comunicación humana y sustituirla por iconos, frases lapidarias y conversaciones escritas que no dejan ver las tonalidades y la emoción de todo humano.

¿Qué vendrá después?

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