RELIGIÓN
La luz de la fe vence al anochecer del Corpus Christi en Córdoba
El buen tiempo favorece una afluencia masiva a la Catedral y a la procesión en la que la custodia de Arfe cumplía cinco siglos exactos
EL Patio de los Naranjos estalla cuando quedan unos minutos para las nueve de la noche. Por quién doblan las campanas. Doblan por la gracia de la fe en la calle, por el Cuerpo de Cristo arremolinado entre el gentío que se agolpa en las puertas de la Catedral. La tarde declinante está espléndida y la luz cae con una tibieza de melancolía por los cuerpos interiores de la fachada del templo diocesano. El domingo es de los que es escriben en renglones derechos, en letras de gala, cuidada. El sol último viene a derramarse en la juncia y en el romero, en el poleo y en el tomillo esparcido en la calle para señalar el camino de la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo. La custodia de Arfe vuelve a ser la protagonista, y en esta ocasión más que nunca, pues el 3 de junio se cumplen exactamente cinco siglos desde que salió por primera vez a la calle.
Las creencias no entienden del tiempo que marcan los calendarios, de modo que la pieza cinco veces centenaria avanza por la rampa que separa el edificio sagrado de la calle con la firmeza de lo inamovible, de lo eterno, de lo que nunca desaparecerá. Cuatro monjas de clausura con una licencia especial se santiguan a su paso cuando apenas ha dejado atrás la Catedral de Córdoba y algunos fieles se arrodillan a su paso después de una espera prolongada.
«En conmemoración mía»
Va a anochecer pero en Córdoba hay luz que penetra como un silbo divino en las entrañas de Magistral González Francés, de Corregidor Luis de la Cerda, de Torrijos, en las que a esa hora no hay quien camine. El obispo, Demetrio Fernández, acaba de oficiar una misa en el altar mayor en la que resuenan las palabras postreras del Señor en el encuentro con sus apóstoles: «Haced esto en conmemoración mía». Y así se lo toma Córdoba: como un mandato celestial al que gusta obedecer.
Once altares de otras tantas cofradías expuestos durante el recorrido dejan claro que la expresión de la fe tiene una dimensión exterior que no alcanza fronteras. Las moradas del castillo interior tienen muros pero pueden ser derribadas para que el gozo sea compartido. Lo dice el prelado en la plaza del Triunfo, donde monseñor anima a los presentes a que no cesen en su empeño de proclamar la palabra de Cristo, de que la conserven como un patrimonio valioso e inalienable. Cae la noche en Córdoba, pero las imágenes del Cristo del Punto, San Acisclo, Santa Victoria y María Inmaculada que el obispo tiene tras de sí brillan como el testimonio imperecedero de la dicha eucarística renovada. Es el Corpus Christi.