APUNTES AL MARGEN

Veintipico millones

Por las cifras que se barajan, el Córdoba ya es más que un club: es una empresa con alta valoración que ofrece beneficios

El presidente del Córdoba CF, Carlos González, en una comparecencia reciente ARCHIVO

RAFAEL RUIZ

Reconozco haber puesto los ojos como platos cuando el presidente del consejo de administración del Córdoba CF Sociedad Anónima Deportiva , Carlos González , dijo en una entrevista que el empresario Jesús León estaba dispuesto a pagar «veintipico millones de euros» por controlar el capital social de la empresa. Uno, que es de letras puras, se imagina que veintipico millones de euros tiene que ver con una valoración de mercado que permita, solamente con el negocio recurrente (es decir, los derechos de la tele, los abonos, las entradas, la publicidad), conseguir un retorno tal que garantice tanto la devolución de la inversión en un plazo razonable, ciertas plusvalías para darse una alegría y cubrir la financiación que sea necesaria para la realización de la operación. Por ende, si el empresario montoreño cree que el Córdoba vale eso es porque hay posibilidades de negocio más allá del amor a unos colores.

El dato de los veintipico millones, de los siete millones y medio de beneficios y del reparto de plusvalías acordado por el consejo de administración obliga a una reflexión. Esto ya no se reduce al ámbito de la estricta información deportiva sino de quienes cubren la económica, los movimientos corporativos . El Córdoba, pues, tiene una propiedad que consta en el registro mercantil y cuya única sujeción tiene que encontrarse en la administración diligente y las leyes que regulan este tipo de sociedades tan específicas. Carlos González , o quien llegue, no es sino un industrial del ocio que tiene los mismos derechos que sus pares en otros sectores económicos a hacer con sus inversiones lo que le parezca oportuno siempre que no contravenga la ley y la buenas costumbres. Si cobra beneficios, es su dinero. Si vende la empresa, pues, miren, es suya.

Capitalismo puro . Los sentimientos no pagan nóminas ni cotizan en Hacienda. Los responsables de las empresas tienen perfecto derecho a sacar provecho de sus inversiones aunque lo cierto es que, en este caso, vaya a ser mayor el retorno que el esfuerzo principal toda vez que el Córdoba se vendió la última vez casi a precio de saldo . La simbología y el calor humano que sostienen el negocio se encuentran, en estos momentos, con una realidad fría como el hielo. El club no es un club sino una empresa que opera en un mercado donde hay materialidades contantes y sonantes e intangibles. Efectivamente, esta última parte son los malos ratos que pasamos los domingos .

La cuestión ahora no es de economía privada. Ha quedado bastante claro que el Córdoba Club de Fútbol Sociedad Anónima Deportiva es un proyecto empresarial que cotiza al alza en el mercado. La cuestión es que ya no es ni una entidad que sobrevive a duras penas. Si alguien está dispuesto a poner tres mil millones de pesetas es que a la empresa que es el Córdoba se le puede pedir que opere como el resto de agentes en un mercado libre. Es decir, sin ayudas directas del Estado . Si la cuestión excede ya el de la amalgama social que ofrece el deporte hasta convertirse en objeto de un negocio directo, lo suyo es que el Ayuntamiento de Córdoba , que ha realizado una enorme inversión en el estadio, empiece a percibir un canon justo por las instalaciones o construir unas propias que se acomoden a su planificación. En esas circunstancias de mercado, ya no hay motivo para entregar de forma gratuita un suelo -sea el que sea, en Rabanales, Turruñuelos o en la Choza del Cojo- porque el Córdoba, como un operador más del mercado, puede adquirirlo en condiciones de libre concurrencia . Es decir, o se toma el camino de la función social y la conciencia cívica, que es donde tienen acomodo las ayudas públicas de cualquier naturaleza, o se opta, con todas sus consecuencias, por el liberalismo propio de toda actividad económica capitalista. A no ser que se acabe como en la famosa frase de Groucho Marx : «¿Pagar la cuenta? ¡Qué costumbre tan absurda!».

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