CRIMEN DEL PRETORIO
Veinte años sin Marisol y Mari Ángeles
El 18 de diciembre de 1996, dos policías locales fueron acribilladas a sangre fría por una banda de atracadores
El 18 de diciembre de 1996 llovía a mares y la banda italo-argentina de «la nariz», liderada por el infalible criminal Claudio Lavazza , sabía que los días de lluvia eran los más indicados para atracar un banco. Llevaban un mes preparando el asalto a una oficina bancaria en Córdoba. La operación estaba calculada al milímetro . Habían robado un coche y alquilado un piso en la Avenida del Aeropuerto, que habían convertido en cuartel general de sus operaciones. El objetivo era el Banco Santander de la plaza de las Tendillas , en pleno Centro de la ciudad. A bordo de un Fiat 1 llegaron a la esquina con la calle Málaga, donde estacionaron un vehículo que más tarde sería retirado por la grúa. Aquella circunstancia no entraba en sus planes. Lo previsto era entrar, robar y huir con el dinero.
Disfrazados para evitar ser reconocidos y armados hasta los dientes, los cuatro atracadores sembraron el terror en la céntrica oficina del Banco Santander. A punta de pistola, retuvieron a empleados y clientes y al vigilante de seguridad. Reventaron las cajas de seguridad y el cajero automático y se hicieron con el botín. El objetivo estaba cumplido. Los componentes de la banda de la nariz eran delincuentes profesionales . No en vano, pesaban sobre sus cabezas órdenes de busca y captura de cuerpos policiales de toda Europa por los atracos, secuestros y asesinatos que habían cometido en distintos países. Nada podía hacerles presagiar que sus aventuras criminales acabarían en Córdoba, una ciudad aparentemente tranquila.
La banda «de la nariz» robó un coche y huyó llevándose como rehén a un vigilante de seguridad
La retirada del coche en el que tenían previsto huir les obligó a improvisar. Uno de ellos se refugió en el hotel Boston, donde fue detenido. Los otros tres obligaron a un hombre a abandonar su coche a punta de pistola y se escabulleron en él a toda velocidad. Como rehén se llevaron al vigilante de seguridad, Manuel Castaño . Su motor rugió por Claudio Marcelo, Capitulares y Alfaros hasta llegar a Colón. Como buenos delicuentes profesionales, habían tomado precauciones y tenían pinchada la radio de la Policía Local . Así pudieron saber que una patrulla de agentes municipales les perseguía, informando a sus compañeros de la localización del vehículo.
En aquel coche patrulla viajaban dos mujeres. A María Soledad Muñoz , de 36 años, sus familiares y compañeros la llamaban Marisol. Se había quedado viuda muy joven pero tenía dos hijos. Ese día le había tocado compartir servicio con su amiga María de los Ángeles García . Ella tenía entonces 40 años y sólo llevaba un par de años casada. Su marido y ella querían tener un bebé. Eran alegres y entregadas a su trabajo, «buenas compañeras», cuentan quienes compartieron con ellas años de trabajo. Claudio Lavazza no dejó que se bajaran del coche patrulla. Junto al edificio de la Diputación, en la isleta donde antes se ubicaba la ermita del Pretorio, el italiano se apeó de su vehículo con un subfusil semiautomático entre las manos y las acribilló a balazos. No pudieron defenderse, ni desenfundar sus pistolas. Las dos murieron en el acto .
En ese lugar, una placa, que se llena de flores cada 18 de diciembre, recuerda Marisol y Mariángeles pagaron el mayor de los precios cuando trataban de hacer su trabajo. Lavazza, el principal culpable de los hechos, cumple su pena en prisión -fue condenado a más de 50 años de cárcel- junto a los otros artífices del delito. Aquel sangriento golpe fue el último del anarquista, pero ni un millón de años entre barrotes podrían reparar la pérdida.
A Manuel Castaño le alcanzó el fuego cruzado de la Policía y los asaltantes y quedó postrado en una silla de ruedas
Tampoco pudo volver a ser igual la vida de Manuel Castaño, el hombre que aquella mañana de diciembre, cuando acudió a trabajar a la oficina del Santander, no imaginó que se vería envuelto en un atraco de película en el que la temible banda de la nariz acabaría tomándole como rehén. Tenía entonces 34 años e iba en el coche de los atracadores cuando Lavazza mató a balazos a las dos polícias. Más tarde, cuando los delincuentes reemprendieron su huida, le alcanzó el fuego cruzado entre los asaltantes y la Policía Nacional, que se encontraron cerca de la estación de tren. Aquellos impactos de bala le provocaron una parálisis irreparable de cintura hacia abajo que le dejó postrado en una silla de ruedas .
«Buenas compañeras»
Las hermanas Lola y Delfina Tapia eran compañeras de las policías fallecidas. «Compañeras y muy amigas», recuerdan con tristeza antes de lanzarse a contar anécdotas que les devuelven la sonrisa. El suceso les pilló fuera de servicio. Delfina disfrutaba de un descanso y Lola estaba de baja cuando recibieron una noticia que les heló la sangre. «Muchas veces iba yo con ellas en la patrulla», cuenta Delfina, a sabiendas de que podría haber sido una de las víctimas mortales de Lavazza.
El asesinato de dos policías locales no tenía precedentes en España . El cometido de este cuerpo -vigilancia y custodia de autoridades y edificios, control del tráfico, ordenanzas y bandos municipales, entre otras- no suele implicarles en sucesos violentos de tal calado, pero aquel día Marisol y Marángeles tuvieron mala suerte. En una situación así, debían contribuir al mantenimiento del orden público en cooperación con el resto de fuerzas de seguridad. Las hermanas Tapia guardan los recortes de prensa de aquel día, que recuerdan como uno de los más negros de sus vidas.
«Te crees que esas cosas que pasan en las películas nunca van a pasar en tu ciudad», admite Lola, que se declara incapaz de ver una escena de tiroteos en televisión sin sentir que regresan los fantasmas. La tranquilidad tardó en volver al cuerpo de la Policía Local. Duraron, dicen, el «pellizco» y el dolor, la sensación de desconfianza al salir de servicio. «Al final, el tiempo te dice que no hay por qué estar así», concluyen. Lo que no se ha ido es la «rabia» hacia los autores del crimen. «Hace poco vi por la ‘tele’ que uno de ellos había salido de la cárcel con un permiso», cuenta Lola, «y sentí odio. A ellas no las dejaron seguir sus vidas ». Su hermana Delfina cuenta que muchos compañeros acudieron al juicio contra la banda de la nariz para dar apoyo a los familiares de sus amigas. «En la primera sesión vi a Lavazza allí, orgulloso, saludando a los suyos. No pude volver».
El actual jefe de la Policía Local, Antonio Serrano , no ostentaba entonces el cargo sino que tenía otras responsabilidades en el cuerpo. Recuerda que el de 1996 fue un año duro: ya en mayo, un atentado de ETA , que podía haber sido mucho más demoledor de lo que fue de haberse cumplido los planes de la banda terrorista, acabó con la vida del sargento Miguel Ángel Ayllón , de 27 años. En diciembre le tocó organizar el sepelio de sus propias compañeras. «Como policía, siempre sabes que te puede pasar algo», explica, «pero esto nos dejó en ‘shock’». Ahora que el Ayuntamiento está tratando de dotar a todos los agentes de chalecos antibalas , se pregunta si Mariángeles y Marisol podrían haber reaccionado al ataque de Lavazza de haber contado con esta protección.