LUIS MIRANDA - VERSO SUELTO

El vallenato

Cualquiera con sentido común sabe que la Mezquita-Catedral y la Judería no pueden estar bajo un mismo sello de calidad

La otra tarde me sobresaltó un comentario en la redacción, que yo escuché de una forma pero en realidad se escribía de otra. Me explico. «El ballenato, Patrimonio de la Humanidad», dijo creo que Rafa Ruiz. Aunque no los he visto de cerca más que en los acuarios, siempre me fascinaron los grandes mamíferos marinos, tan inteligentes y nobles como masacrados por la estupidez del hombre. Así que pensé que estaba bien que la Unesco esa, además de poner camisas de fuerza con escudo ideológico, se dedicase a proteger a los cetáceos, diezmados por la falta de lucidez del ser humano y quién sabe si por la destreza pesquera de Franco y su arte para subirse los cachalotes al «Azor». Tal y como yo lo escuché hubiera sido como un «Pezqueñines, no, gracias» a lo bestia y sin chanquetes en el chiringuito.

Me equivoqué: lo que esta enterada gente de las Naciones Unidas estaba protegiendo en realidad era el vallenato, un baile del caribe que no tiene más curiosidad que ser tan cursi como el bolero malo, tan trivial como la rumba sin alma y tan inútil como la salsa de discoteca, pero sin las virtudes de ninguno de los tres géneros cuando se hacen bien, que es muchas veces. La historia me sirvió para comprobar algo que ya sabía: que el famoso sello no otorga excelencia a nada que no la tuviera antes y que pelearse por la famosa plaquita del Patrimonio de la Humanidad no tiene más sentido que atraer a un turismo sin calidad ni inquietudes, porque el que de verdad vale la pena llegará sin necesidad de que se lo diga un grupo de presuntos expertos de retiro poco espiritual en un hotel de más de cinco estrellas.

La misma Córdoba que tanto ha presumido de triple corona es un ejemplo de que esas declaraciones pomposas y grandilocuentes empezaron reconociendo a lugares y monumentos verdaderamente únicos. Al cabo del tiempo, cuando lo excelso se terminó, y es lógico, esta gente de las Naciones Unidas, que no dejan de ser un club extraño con bastantes dictaduras y no pocos sátrapas que hacen discursos como si fueran prohombres, decidieron que se les iba a terminar el chollo de los viajes en primera clase y los destinos exóticos, así que convenía abrir un poco la mano. Cualquiera con un poco de sentido crítico sabe que no pueden caber en el mismo sitio la Mezquita-Catedral que la Judería, que la segunda es un barrio antiguo hasta ahora bien conservado, y cada vez más deformado por una visión esperpéntica del comercio que los Ayuntamientos consienten y fomentan, y la primera es un bien de verdad único por los valores históricos, arquitectónicos, morales y artísticos que convergen en cada una de sus piedras. Cualquiera que mire la relación verá sin salir de España templos valiosos y bellos que sin embargo jamás deberían estar al lado de lo que significan los bisontes de Altamira.

En el colmo de la paradoja, para los Patios el famoso logotipo ha acelerado la desnaturalización de la fiesta, porque si un día fue conversación quieta, visita íntima y mirada sin prisas ahora está cerca de perder su esencia. El mejor día se declara la democratización del Patrimonio de la Humanidad y lo consiguen también el puente de Miraflores y la plaza de Juan Bernier, y para ese entonces podrán haber pasado dos cosas: que la candidatura de Medina Azahara se haya retirado con prudencia o que la Unesco patrocine en el Patio de los Naranjos un festival de vallenatos. Mi amol.

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