José Javier Amorós - Pasar el rato
Universidad y convivencia
La libertad ineducada es simplemente instinto
Para educar hay que poner límites . La libertad misma, donde desemboca todo aprendizaje, tiene límites. Una libertad ineducada es simplemente instinto. La libertad no consiste en hacer en cada momento lo que uno quiere hacer, sino lo que uno debe hacer. Y eso hay que aprenderlo, el aprendizaje de los deberes . «Prohibido prohibir», un eslogan del mayo francés del 68, es la alegre exaltación de la selva. Una selva confortable, llena de bancos y de grandes almacenes, con calefacción y aperitivo. El buen revolucionario empieza pidiendo la guillotina y termina pidiendo créditos y subvenciones . Ésa es la grandeza del sistema capitalista, que siempre admite un deudor más, dándole facilidades para que pueda comprar su libertad, divino tesoro hipotecario.
La Universidad de Córdoba , que es una buena universidad, tiene claro que su tarea educativa supone establecer límites. Y por eso ha publicado un «Reglamento de convivencia» , en el que se encarecen el respeto y las buenas maneras. La idea es bienintencionada, pero la estropean los pormenores . Los reglamentos son los pormenores de las leyes, y hay que cuidar mucho su lenguaje para no emborronarlos. Produce rubor la lectura de los detalles: se prohíbe estar borracho o drogado en el recinto universitario ( «en estado de embriaguez o bajo los efectos de sustancias estupefacientes o psicotrópicas» , en la redacción delicada del legislador); las redes sociales no pueden usarse para afrentar públicamente a los miembros de la Universidad de Córdoba; debe observarse una adecuada higiene personal; no está permitido arrojar al suelo chicles y colillas, lo que implica una voluntad doblemente incumplidora, ya que está prohibido fumar; no se puede comer y beber durante las clases… Le parece a uno que ese detallismo es el reconocimiento de que hay universitarios que se recrean en comportamientos impropios del estilo de la madre que no ha logrado nutrirlos. Comportamientos cuya inconveniencia no es necesario particularizar, porque viene de suyo, y resultan intolerables incluso en el seno de la familiaridad más grosera. Puestos en ese nivel de prolijidad, no hay límites para describir posibles comportamientos cavernarios en la universidad . Todo eso hay que darlo por incluido en la exigencia genérica de respeto, compostura y uso inteligente y responsable de la libertad. Si a un estudiante universitario o a un profesor hay que explicarles minuciosamente cómo deben comportarse en la casa del saber y de la excelencia, es preferible no admitirlos . Las reglas para la convivencia se traen aprendidas de casa. Y si no, se queda uno en casa. O se le manda a uno a su casa, que también tiene que ver con los derechos fundamentales. Del prójimo.
Uno quiere lo mejor para la Universidad de Córdoba , a la que ha dedicado tiempo y corazón. Y se alegra de su progreso. Y le gusta imaginarla sublime sin interrupción. En la Universidad de Córdoba, como en las más grandes, sólo hay dos exigencias irrenunciables: estudio y respeto. Sobre ellas se edifica la sabiduría. Quizá sea cierto que la Universidad, en España, ha perdido autoridad y eficacia . Eso no significa que fuera de ella esté la Atenas de Pericles o la Florencia de los Médicis, llenas de filósofos, científicos o artistas. Lo que quede del pensamiento y del conocimiento está en la Universidad . Puede que en pequeñas cantidades y en pocas personas, pero en ella. De los muchos universitarios de bien depende conservarlo, aumentarlo y extenderlo.