Luis Miranda - VERSO SUELTO

Truco de madre

Para que los cordobeses notaran el olor de la guarrería propia o ajena, lo ideal sería que las calles no se limpiaran en absluto

Puestos a castigar a la gente que se siente feliz convirtiendo las calles en pocilgas de las que ni siquiera saldrán cerdos que luego se convertirán en ricos embutidos, yo emplearía una táctica distinta a la del Ayuntamiento de Córdoba. Lo de la ordenanza de higiene pública es un camino lógico, pero también fácil y previsible: para cualquier Administración española lo de quitar dinero a unos para dárselo a otros siempre es una tentación, y más si es con excusa tan justa como la de impedir que la ciudad se ensucie. El otro camino es más sutil e intentaría conseguir que los cordobeses, los que recogen los excrementos de los perros y los que se hacen los longuis fingiendo que guasapean, los que no tiran una servilleta al suelo y los que escriben su nombre con las colillas en el rato que echan unas cervezas en la terraza, notaran en las narices el olor de la conducta colectiva, se vieran entre los pitones del miura de su propia guarrería y no supieran darle un pase para no acabar en la enfermería.

En una palabra: lo ideal sería que las calles no se limpiasen en absoluto, que no pasaran los uniformes naranjas de Sadeco recogiendo los restos entre los veladores de algunos bares incívicos, que no hubiese escobones para quitar las cacas de las mascotas, que nadie se llevara los papeles y se acumulasen en las aceras, que los restos de las pizzas y los refrescos se quedasen los meses enteros en los bancos de los parques. Es la táctica que tenían algunas madres con los hijos que no recogían su cuarto: hartas de insistir en las virtudes inmemoriales de la limpieza, dejaban al chaval por imposible durante semanas y al cabo del tiempo, cuando los amigos le habían dicho que no era divertido ponerse una camiseta con olor a zapatillas deportivas usadas y después de haber cateado un examen por confundir los apuntes buenos con los de una asignatura del año anterior, el muchacho buceaba en el mar de ropa sucia y le daba la razón a la que tantas veces se lo había dicho. Cuando los limpios se encarasen con los amantes de la mugre y estos se cansaran del aroma de lo podrido seguro que desaparecían las latas vacías.

Sí, es un truco de madre, de la que tuviera paciencia para eso, que la mía siempre fue más del perfecto estado de revista, aunque le costara otro esfuerzo más; pero es que hace mucho tiempo que los ciudadanos son niños mal criados a los que nadie quiso hablar de responsabilidad individual ni de interés por lo que también es de uno. De tanto como crecieron los Ayuntamientos, y el de Córdoba tiene hasta una funeraria, a alguien se les olvidó lo primordial: que son como comunidades de vecinos a lo grande, y que por mucha prosapia que se den en los Plenos, deberían funcionar como esos presidentes que cuidan de que los rellanos estén limpios y ordenan podar los árboles de las urbanizaciones. Pocos son los vecinos que en estos sitios ensucian lo suyo, aunque alguno hay, como tampoco tiran la ceniza de los cigarros ni la bolsa vacía de patatas fritas en su siempre limpia casa.

En algún momento tuvo que romperse la lógica y el Ayuntamiento pasó a ser un padre moderno y poco consistente, que al mismo tiempo que no educa a su hijo le pone a gente para que limpie lo que al chiquillo le da pereza quitar. Descansado es y a lo mejor divertido para algunos, pero a la hora de pagar la factura en la herencia o los impuestos más de uno se va a acordar de los días en cualquer cosa era abono para los alcorques.

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