EL DEDO EN EL OJO

De trabajadores y trabajadoras

Hace tiempo que el feminismo de género decidió que la realidad no les iba a estropear una buena historia

Empresa lucentina salpicada por la polémica por no pagar atrasos a sus trabajadores J.M.G.
Mario Flores

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Esto se nos ha ido definitivamente de las manos. Bajo la apariencia de una noble lucha por la igualdad entre hombres y mujeres nos han colado un extenso relato por entregas donde se narran y promueven guerras, batallas, conflictos, alianzas, venganzas, furor guerrero, soflamas, arengas y toda una cohorte de argumentos bélicos . Y cuidado con quien ose no comprar ese best-seller publicado hasta el momento en algunos tomos... y lo que te rondaré morena. Ya sé que esta última frase será considerada por el politburó feminista como heteropatriarcal, opresora y violenta pero qué quieren que les diga, no me pliego a imposiciones lingüístico-ideológicas y escribo como me da la gana; al menos hasta que el nuevo Ministerio de Igualdad me lo prohiba que, mucho me temo, será pronto.

Cualquiera es el guapo que deja de adherirse a ese relato feminista y opte por entregarse a la tarea de desmontar a pecho descubierto todo este tinglado. No es ya solo por que te pueden crucificar «laicamente» en plaza pública, sino porque también corre uno el riesgo de ser tildado de facha, carca, rancio, antiguo, poco moderno, concienciado y comprometido. Están a un tris de dictar lo que debemos pensar exactamente. A mí, de hecho, ya me han reconvenido por la utilización del masculino genérico neutro .

Esta histeria colectiva en que ha mutado el moderno feminismo (ese adorno progre con el que todos quieren blasonarse para ser muy «cool») nos ofrece momentos gloriosos, según quedan ridículamente retratados muchos de sus apóstoles.

El último ejemplo de esa tendencia a hacer ridículo ha sido el revuelo mediático-escatológico producido en relación a una falsa noticia protagonizada por una empresa aceitera lucentina. Según el parecer de un poco avisado sindicato comunista (CC.OO) esta empresa habría dejado de abonar a sus trabajadoras (tres empleadas) unos atrasos a los que venía obligada por convenio toda vez que, según esta formación sindical, en dicho convenio se hablaba de «trabajadores» pero nada decía de «trabajadora». Como el tiburón que huele la sangre y se precipita sobre la presa herida para engullirla, así el sindicato se tiró a degüello para poner a la empresa lucentina en el centro de la ira de «todos y todas»: ¡que comience el espectáculo!

CC.OO. , a quien se unió también U.G.T ., tildaron al empresario de «golfo y sinvergüenza» ; la Asociación de Mujeres Juristas Themis afirmaron que la discriminación es «tan descaradamente machista y tan descaradamente ofensiva» que debería ser «constitutiva de delito de odio hacia la mujer» -¡ahí es nada!- y completó su performance diciendo que que «la Inspección de Trabajo debía de poner una sanción ya a esa empresa por conducta discriminatoria por razón de sexo»; la presidenta de la Federación Mujeres Progresistas , por su parte, abundó en ello opinando que «seguramente podría considerarse un delito de odio y discriminación hacia las mujeres»; desde la Fundación Mujeres , aseguraron que «esta discriminación salarial directa por parte de la aceitera es una tomadura de pelo a los agentes sociales y a las propias trabajadoras»; la consejera de Igualdad tildó todo esto de «absolutamente vergonzoso»; y hasta la RAE hubo de recordar que las veleidades con el desdoblamiento de género produce estos monstruos.

Resulta que finalmente la misma UGT, tras un análisis riguroso de los hechos, ha concluido que no hay discriminación por razón de sexo en absoluto: la empresa debe atrasos tanto a hombres como a mujeres . Pero da igual. Hace tiempo que el feminismo de género y su turbamulta asociada decidieron que la realidad no les iba a estropear nunca una buena historia . No han habido peticiones de perdón porque, sencillamente, no saben lo que es eso.

De trabajadores y trabajadoras

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