Toros en Córdoba | Al arrastre: Remembranzas y aguafuertes
Garzón ensaya nuevas fechas, otros atractivos para recuperar el tiempo
Ventura corta dos orejas en una tarde para el recuerdo por el toreo de Morante
La Feria de la Salud sigue buscando su lugar en el mundo, explorando modelos para encontrar su propio sitio. Seguramente es el sino de la ciudad de los discretos, lejana y sola de sí misma... Los toros no son una excepción. Y una vez más hay que recurrir a Ortega: hay que entender la idiosincrasia de la vieja urbe para ubicar ciertas derivas, ésa crónica crisis taurina que rodea, como una resignada maldición, el anillo cordobés.
La verdad es que no había que extrañarse demasiado de la corta entrada registrada en el inmenso embudo de los Califas , construido en los días de vino y rosas del cordobesismo gracias al empeño de la -entonces- pujante burguesía comercial de una ciudad que se asomaba al desarrollismo , buscando un futuro que no siempre fue como se soñó.
Garzón , el actual empresario, ensaya nuevas fechas , nuevos modos, otros atractivos para tratar de recuperar el tiempo perdido. ¿Es ése el camino? El tiempo tiene la palabra. El tiempo, siempre el tiempo... Y la memoria de una juventud que no se puede separar de los días de gloria de la plaza de Ciudad Jardín, enhebrados a la eclosión novilleril de Finito de Córdoba y Chiquilín y los mejores años, ya tan lejanos, del primero.
Cualquier tiempo pasado fue anterior... Pero hay que ir al toro, aunque los cuatro de la lidia a pie vinieran marcados con el viejo hierro de Veragua, propiedad de don Juan Pedro Domecq Morenés , que no camina por sus mejores fueros. La elección del ganado -a los toreros les va la marcha- había despertado suspicacias, para qué vamos a negarlo, después del fiasco del año pasado. El primero fue un precioso zapato de buenas intenciones y motor gripado ; el segundo tuvo tan buenas hechuras como falta de alma; fue pronto y alegre el tercero, que duró tan poco. El cuarto, finalmente, anduvo a la defensiva de puro flojo.
Con ellos pudimos contemplar a un Morante profesoral en uno y ensayando lances de otro tiempo en el siguiente, al que cuajó una faena de paladares exquisitos, siempre reunido y comprometido con el animal. Sin lote a favor, Aguado sigue sin recuperar la senda de esos triunfos que se le resisten en esta temporada fundamental. La revolución de los clásicos permanece aplazada.
Cerraba plaza en la inevitable mixta el granadioso rejoneador Diego Ventura, orillado del ridículo monopolio construido por otro maestro del arte ecuestre -leáse Hermoso de Mendoza - que si un día fue el responsable del renacimiento del arte del rejoneo, en el presente está siendo el culpable de su decadencia, convirtiendo las corridas de rejones de las grandes ferias en una fiestecilla familiar con invitada a la mesa. Es la pura verdad. El caso es que el jinete de La Puebla se acabó llevando el gato al agua. Los de a pie se marcharon a ídem. El del caballo, a hombros. Esta tarde otra. Que no decaiga.
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