PERDONEN LAS MOLESTIAS
Todo en orden
Si pensaba que tras el huracán del convicto Gómez y el señor González el Córdoba entraba en zona de calma, va usted listo
Luis Oliver es un empresario controvertido. Lo dice Wikipedia. La enciclopedia digital utiliza ese adjetivo por pura cortesía y para decir sin decir lo que cualquiera puede interpretar con la simple lectura de su currículo. Su trayectoria profesional ha ido saltando de piedra en piedra, de denuncia en denuncia y de quiebra en quiebra en un ejercicio de equilibrismo realmente encomiable. Su estreno empresarial fue meritorio. Tanto que el Consejo de Ministros acabó cancelando en 1987 la licencia de la empresa de seguridad que fundó junto a su hermano tras el rosario de infracciones con que adornaban sus actividades.
Dos años después, el Grupo Hermanos Oliver Albesa se vio implicado en una operación policial por extorsión a empresarios. El método era francamente ingenioso. La compañía de seguridad visitaba a potenciales clientes a quienes ofrecía sus servicios de protección. Si no aceptaban su amable asistencia técnica, se multiplicaban las posibilidades de que las instalaciones fueran asaltadas esa misma tarde. Y, casualidades de la vida, así sucedió con nueve empresas que desestimaron la generosa oferta. Hasta que la Policía sorprendió a un vehículo Mercedes saboteando las instalaciones de la Opel en Soria y practicó las correspondientes detenciones.
El señor Oliver amplió entonces su espectro empresarial. Probó suerte en el sector de la construcción, la promoción inmobiliaria y servicios varios, a cuyas empresas aplicó su particular gestión heterodoxa con consecuencias que usted mismo puede imaginar. Su paso por todas ellas dejó un reguero de concursos de acreedores, deudas millonarias y despidos sin cuento, tal como atestigua su inabarcable hoja de servicios en las hemerotecas. Ninguna de estas catástrofes despeinó un solo pelo de su impecable estilo Mario Conde. No en vano, el empresario navarro se vanaglorió sin pudor de su estrecha amistad con el controvertido banquero, por emplear la nomenclatura al uso de Wikipedia.
A estas alturas de la película, ya habrá usted inferido que el perfil del señor Oliver se adapta al mundo del fútbol como anillo al dedo. Es este un deporte de una inaprensible belleza geométrica secuestrado con frecuencia por una banda de desalmados. Luis Oliver ya quiso comprar el Zaragoza con solo 25 años de edad. El dato pone la piel de gallina. Pero la providencia quiso por esta vez librar al club maño de los manejos de aquel joven con ínfulas.
Quien no se libró fue el Cartagonova. Muchos futbolistas no se olvidarán de la sucesión de meses sin cobro ni del agujero negro en que cayó el equipo por obra y gracia del audaz inversor. El club acabó denunciando al señor Oliver por un delito societario y otro de falsedad documental. Esquivó a la justicia con esa destreza profesional que acompaña a los especialistas de la cuerda floja. No era la primera vez. Ni sería la última. Ya al frente del Xerez fue objeto de una demanda por emitir supuestamente un cheque sin fondos por la compra de un jugador.
Su progresión empresarial acabó por catapultarlo al Betis de la mano de otro honorable de la prestidigitación. Hablamos de don Manuel Ruiz de Lopera. Sus juegos de manos terminaron ante el juez, que paralizó la compra de las acciones por irregularidades societarias. En marzo, el togado decretó una fianza de 7,9 millones para Oliver y otros dos imputados. El fiscal le pidió 5 años de prisión por apropiación indebida. Con este inmaculado expediente, el señor Oliver acaba de comprar el Córdoba CF junto con un empresario de Montoro. Es la consecuencia lógica de un club martirizado por una cascada de presidentes inefables. Uno ya descansa en prisión. Y el último atiende al nombre de Carlos González. Por lo demás, que tenga usted un feliz 2018.