Aristóteles Moreno - Perdonen las molestias
Todo está escrito
La Ribera se ha ido cosiendo a remiendos, con una vela al coche y otra al peatón
TODO estaba escrito en el Plan del Río hace 25 años. El Parque de Miraflores, el Balcón del Guadalquivir, el desmontaje del murallón, la Plaza de la Calahorra, la remodelación del Cordel de Écija, la extensión del Alcázar de los Reyes Cristianos hasta el río y la reformulación de la Ribera. El objetivo estaba claro. Sacar al Guadalquivir del agujero negro en que encontraba desde hacía décadas y recuperarlo para la ciudad.
El plan ha sido un éxito (a medias). Hoy el río Guadalquivir ha dejado de ser el patio trasero de Córdoba y ocupa un lugar central en la articulación urbana de la ciudad. El Parque de Miraflores es una realidad (mejorable), el Balcón del Guadalquivir ha redescubierto nuevas perspectivas del casco histórico y la recuperación del Puente Romano ha demostrado empíricamente que una actuación urbanística audaz reporta resultados audaces. Ahí está la prueba. Sin trampa ni cartón. Pocos proyectos han logrado efectos tan palmarios en tan poco tiempo.
Luego está la Ribera. Columna medular del flanco sur . Sometida durante décadas a la agresión demoledora de la carretera nacional, que abría Córdoba en canal al modo en que un carnicero destripa las vísceras de un ternero. También estaba escrito en el Plan del Río. Hace ya 25 años. Nada menos. Cómo cerrar las heridas producidas por un cuchillo de cuatro carriles y tráfico de alta densidad en el corazón del casco histórico.
Todo estaba impreso en aquel documento de 42 páginas, Tomo III, firmado el 4 de junio de 1992. Teníamos la idea y los instrumentos. Un discurso sobre el río y el concepto de habitabilidad . Otra cosa es la planificación, la capacidad y la valentía política. Sobre todo, la valentía política. Desde ese punto de vista, la Ribera ha sido víctima de la inconsistencia estratégica. Del quiero y no puedo. Del sí pero no. Del miedo cerval a tomar decisiones definitivas que ya estaban escritas hace 25 años.
En todo este tiempo, la Ribera se ha ido cosiendo a remiendos . Una ampliación del acerado por allí; una remodelación de la Puerta del Puente por aquí; una restricción improvisada del tráfico por acullá. Cuando al concejal de turno le tiembla el pulso, acaba dándole una patada al balón de la historia hacia adelante y posterga los problemas estructurales de movilidad hasta que los problemas afloran a la superficie como un venero de agua fresca.
La semana pasada nos enteramos de que el acerado de Ronda de Isasa era demasiado estrecho para acoger veladores y paso de peatones de forma simultánea . Ronda de Isasa se había cerrado parcialmente al tráfico rodado cuando la remodelación ejemplar de la Puerta del Puente alumbró un nuevo espacio peatonal a los pies de la Mezquita de Córdoba, eje de uno de los enclaves patrimoniales más bellos de Europa. Nada que no estuviera esbozado ya en aquel texto primigenio de junio de 1992.
Pero Ronda de Isasa se había diseñado para otra cosa. Para un sí pero no; un voy pero vengo; un subo pero bajo. Lo que el refranero popular denomina poner una vela al dios del peatón y otra al diablo del vehículo a motor. Por eso, se diseñó una calzada para un tránsito que no era ni chicha ni limoná . Y, claro, ahora no sabemos dónde poner los veladores, dónde las personas y qué hacer con los aparcamientos que hoy se nos caen entre las manos.
Más allá de la Puerta del Puente, en la Avenida del Alcázar , gobiernan todavía cuatro carriles desiertos para beneficio de la nada. El parque arqueológico que iba a conectar los jardines de los Reyes Cristianos con el paseo fluvial duerme en alguna página del Plan del Río. Todo está escrito. 4 de junio de 1992.