Crónicas de pegoland

El tiempo entre cuatro toques

Crónica de apenas cinco segundos del partido entre el Reus y el Córdoba

Aythami celebra el segundo gol ante el Reus marcado por él mismo ABC
Rafael Ruiz

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LOS griegos creían que la elipse es un círculo fallido, un error del estado natural perfecto. En esas circunstancias, no me extraña que Aythami Artiles , jugador del Córdoba por si no son forofos, fijase la vista en ese balón que cruzaba el área con la trayectoria de un misil y la suavidad de la caricia de una madre en el minuto 24 del primer tiempo. El mozo canario, que debe ser como esos amigos del parque que sacaban la cara cada vez que alguien intentaba partírtela, advirtió el asunto y buscó acomodo a su derecha sin perder ripio de ese objeto volante no identificado advertido en el cielo de la provincia de Tarragona . La geometría tiene estas cosas trascencentes. Así como el péndulo de Foucolt , en su danza por el espacio, nos demuestra la rotación del planeta, el vuelo de una pelota genera silencios impenetrables desde que unos ingleses medio majaras decidieron pasar el rato con un nuevo juego llamado fútbol .

El señor Artiles, tratémosle con la deferencia que merece en estas circunstancias, siguió la trayectoria del centro con el cuerpo en escorzo, con pasitos cortos que calculaban la zona de caída. Así como un oficial de artillería otea el horizonte para adivinar el lugar del impacto de un calibre pesado. Y aquí llegamos al momento poético estelar , cuando el gran canario decidió, quién sabe por qué mecanismo neuronal, estirar levemente su pie derecho para interrumpir aquel vuelo suave de gaviota, ese devenir en el espacio y el tiempo, tras seis pasos con la vista en la esfera perfecta en trayectoria descendente. Poniendo fin a esa relación de amor y odio entre la fuerza, la inercia y la resistencia.

El primer toque dio la impresión de fallido. El balón sorprendió con un impacto, que quizá hizo un ruido sordo, en el lado derecho del empeine describiendo una trayectoria irregular lejos del cuerpo del jugador. El balón tocó el pasto apenas lo que dura un pestañeo y maese Artiles volvió a hacer uso del hemisferio izquierdo de su cerebro para que su pierna corrigiera el sentido de la marcha indicando la trayectoria correcta . Girando sobre sí mismo puso rumbo hacia la línea de fondo, donde todo acaba. Y se precipitaron los hechos que aquí se narran.

Tras un primer toque que podría haber sido fatal, nuestro protagonista decidió vencer las leyes de la gravedad interrumpiendo la inevitable presencia del balón en el suelo con dos nimios contactos con el cuero. Como los besos de una novia, cortos y cálidos. Esos momentos donde la suavidad y la firmeza compiten con la necesidad justa de quedar saciado. El desenlace fue el de un último empuje, superado ya el defensa por una distancia sideral, hasta hallar a un futbolista con el improbable apellido Quintanilla , que fue el que hizo los honores del primer gol del domingo. Cinco segundos que fueron minutos u horas, allá cada cual con sus delirios, hasta acabar en ese júbilo torrencial que sucede cuando todo se precipita.

El tiempo entre cuatro toques

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