Perdonen las molestias
Terraplanismo
Se empieza por poner en cuestión la violencia machista y se termina con Darwin
Qué ignominia. Someter a un grupo de adolescentes indefensos al alegatodoctrinario de una mujer reducida a cenizas por obra y gracia de su señor marido. Seguro que se acuerdan. Ana Orantes. La señora septuagenaria que en 1997 confesó en televisión cuarenta años de golpes y vejaciones en la intimidad del hogar. El atrevimiento le salió caro. Muy caro. Las cuitas privadas en la privacidad se redimen. Y naturalmente. Veinticuatro horas después, su cuerpo mancillado ardía en pavesas a manos de su verdugo.
Ahora, 22 años más tarde, bajo el pretexto del Día de la Violencia de Género, un profesor desalmado proyecta el vídeo en un aula de Baena . ¿Qué será lo próximo? ¿Enseñarles a los alumnos y alumnas que la esclavitud constituyó un baldón negro en la historia de la humanidad? ¿Que los seres humanos son iguales ante la ley independientemente de su raza, de su sexo, de sus creencias o de cualquier otra circunstancia de índole personal o social? ¿Que los hombres y mujeres nacen libres y no pueden ser sometidos a trato vejatorio, ni a torturas, ni a persecución bajo motivo alguno?
Hoy ha sido el adoctrinamiento de la igualdad de género y mañana quien sabe. Cualquier día entrará en clase un comisario político con un libro de Descartes en la mano. Abrirá el cerebro inmaduro de vuestros hijos y descargará toda la basura racionalista que en el siglo XVII resquebrajó los cimientos del Antiguo Régimen para proclamar el triunfo del pensamiento científico. Y ya lo saben, queridos contribuyentes. Donde entra Descartes, acaba germinando la semilla desestabilizadora de Montesquieu, el materialismo crítico de Diderot y hasta la agitación satánica de Voltaire. Y por ahí sí que no.
Porque de Voltaire a Darwin hay un paso . Un pequeño paso que precipitará a nuestros muchachos (y muchachas) por el abismo de la evolución de las especies y todas esas majaderías que trastornan su espíritu cristalino. Que se empieza dudando del creacionismo y se termina abonado al disparate teórico del calentamiento global por causa de los gases de efecto invernadero. Y luego, sobre las neuronas ya devastadas de los alumnos, prospera como musgo sobre roca la filosofía nihilista de Nietzsche y el pesimismo profundo de Schopenhauer.
De Sartre , mejor no hablamos.
Hay quien quiere inseminar ideas disolventes en el aula. Por eso tenemos la obligación moral de protegernos de la arbitrariedad de ciertos maestros. Por ejemplo, con un «pin parental» que nos permita sacar a nuestros hijos de clase en el mismo instante en que entren por la puerta los filósofos presocráticos. ¿Se imaginan a Tales de Mileto proclamando a voz en grito que el principio de todos los entes era de índole material? ¿Acaso desean que Parménides y su disparatada doctrina cosmológica se infiltre en el córtex prefrontal de nuestros retoños?
Por esa vía se llega directo al cuestionamiento del orden establecido. Al desplome de las certezas. Al desmoronamiento de la verdad . Al pensamiento crítico. Al relativismo moral. Se hundirá la tierra bajo nuestros pies, el día será la noche, el mar la montaña y nos veremos obligados a edificar nuestro propio sistema de valores.
Ya lo saben, amigos. Si hoy dejamos que Ana Orantes adoctrine a nuestros vástagos con su ideología torcida sobre la violencia de género, mañana, tal vez, quien sabe, alguien podría subirse a la tarima y sostener sin despeinarse que la Tierra es redonda. Y, oiga, no lo descarte.
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