Rafael Aguilar - EL NORTE DEL SUR
Teoría del conjunto
El Cabildo elige el mismo sustantivo que encabeza el título del yacimiento de Medina Azahara
Hay algo que no cuadra. O que no entiendo. El Cabildo ha pasado de llamar al templo diocesano —y de querer que todo el mundo lo llame— Santa Iglesia Catedral a afanarse en que su denominación correcta sea a partir de ahora Conjunto Monumental Mezquita-Catedral. Lo de menos, con ser mucho, es casi que el término incluya una referencia expresa al pasado islámico del inmueble; lo esencial es que relega el componente religioso del edificio en beneficio del patrimonial. Al menos sobre el papel. Llama mucho más la atención que los rectores eclesiásticos del principal activo que tiene la ciudad les den la razón —en parte, al menos en parte— por la vía de los folletos a quienes ponen en primer plano el valor artístico e histórico del inmueble que el hecho de que tuerzan su brazo —o que en cierto modo lo parezca— y aludan en las guías de mano al nombre hasta hace nada innombrable que por otra parte a cualquier turista se le viene en la cabeza cuando pone un pie en Córdoba. Sí, sí, las palabras tienen la importancia que tienen, las que uno les quiera dar, y el canónigo principal Manuel Pérez Moya ya dijo el otro día que el debate terminológico no es el que más le preocupa a la Iglesia. Razón no le falta. Pero lo que decimos o lo que escribimos es muchas veces la puerta y el límite del mundo, que eso ya está en los libros. Y hay que darles el sitio que se merecen. A las palabras.
Quién sabe quién ha ganado este combate de esgrima dialéctica entre los titulares de la ya Mezquita-Catedral y la plataforma que alienta su paso a manos públicas. Fue todo uno salir por el teletipo el comunicado con la decisión del Cabildo y que el personal tuviese claro quién era el vencedor y quién había claudicado. El tiempo dirá. Por lo pronto, la evidencia deja caer dos verdades. Una, que la institución eclesiástica ha reconocido el pasado del templo católico que tutela desde hace casi ocho siglos y que lo va a hacer suyo en los folletos que se les entregan a los visitantes. Otra, que coloca en una posición preeminente el potencial turístico del enclave. Porque un monumento no es un sitio en el que uno va a rezar, sino al que uno acude con su familia o con sus amigos de fuera de la ciudad a hacerse fotos o a tomar una lección rápida de Historia del Arte.
Sucede que en esta ciudad hay otro conjunto, el de Medina Azahara , solo que el adjetivo que le sigue en la nomenclatura oficial es el de arqueológico. Hará un par de meses que en la ciudad omeya que ahora aspira al título de la Unesco del que hace gala el actual templo diocesano se dio cita un nutrido grupo de patrimonialistas de toda España y parte del mundo que disertó sobre lo divino y lo humano —más bien sobre lo humano— que lleva consigo una declaración con el sello del citado organismo internacional. «El turismo de masas es un riesgo: cuidado con él», alertó una experta en presencia, por cierto, de un canónigo. Todo el debate intelectual y la batalla por la propiedad del edificio van a acabar disueltos entre las bandadas de forasteros que siguen los catálogos que ya están en imprenta.