Natividad Gavira - PUERTA GIRATORIA

Tabernero

El festejo de Finito es un desafío ante los dictados de una moral que iguala vida humana y animal

Hace más de veinte años, las crónicas que salían de Los Califas hasta las rotativas andaluzas, decían que «en Córdoba, los jóvenes andan como Finito, se peinan como Finito… todo en Córdoba huele a Finito». Leído desde la distancia, una se llevaba la impresión de que estaba Córdoba atareada en enarbolar a su nuevo artista y había una ensoñación por seguir cultivando el arte del toreo, esta vez en la figura de un joven moreno y espigado. Entonces todos los periódicos reservaban a los toros páginas sin complejos y sus cronistas hacían un ejercicio de alegorías y metáforas para que Córdoba surgiera como un sueño, porque Córdoba, en la distancia, es un sueño.

Era Finito de Córdoba el objeto de aquellos relatos breves y apasionados, resúmenes detallados de una tarde de toros que dejaban el aroma de un tiempo de ilusión. Eran también letras para conocer una tierra que allá se adivinaba enteramente bella y perfumada. Fue en aquellos años el relato social y compartido de un pueblo que potenciaba su identidad. La incursión de nuevos vocablos como «finitistas» sumaba severidad a un fenómeno del que se alimentaba la fábula de una ilusión, la proeza de toda una ciudad que buscaba en un nombre la razón que sostiene la efímera felicidad de una tarde de mayo.

Se percibía entusiasmo más allá de Córdoba y eso favorecía una idea de ciudad que ampara y ensalza a los suyos, que se afanaba por construir la admiración a un nuevo ídolo antes de que en Córdoba dudásemos de evocar la tradición como medio de cohesión social. Y pasó el tiempo y veinticinco años y pasado mañana habrá en la plaza de toros un hombre ante su público, lo hace por el aniversario de su alternativa pero también debería suponer un desafío ante los dictados de una moral que equipara el valor de la vida humana a la de un animal. Hay quienes hablan a sus perros con frases tiernas y usan los surtidores urbanos para saciar la sed de su mascota, confundiendo el uso del abrevadero, incapaces de respetar la costumbre de otros que situamos a la especie humana, a excepción de algunos de sus miembros, por encima en dignidad. No defiendo el maltrato gratuito, solo poner a salvo la razón. Pido libertad y compromiso para atraer a sus análisis algo más que insinuaciones e insultos, ahora que se cuestiona, por mor de la ofensiva animalista, cualquier relación con un animal que exceda la dieta vegana.

Había una ciudad hace 25 años para soñar fuera de ella, un sitio donde cabían todas las esperanzas, todas las evocaciones de la tradición se concentraban en un destino: volver a ser toreo. Hoy, los mismos que no saben quién fue «Tabernero» aceptan y promueven que elefantes y lémures sean una atracción turística infantil en el zoo. Por cierto, «Tabernero» fue un toro bravo que indultó Finito en la Plaza de Toros de Córdoba. Vivió en libertad, amado hasta el final, pisó de nuevo la dehesa tras una lucha noble en Los Califas.

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