Luis Miranda - VERSO SUELTO
Con el sudor del de enfrente
El Mayo Festivo se agota al ver cómo quienes más trabajan son quienes menos se llevan
En el verano de 2010, en las semanas absurdas en que no se sabe si Córdoba es un páramo porque todo el mundo se va o la gente se marcha porque a nadie se le ocurre ofrecer casi nada para refrescar con algo de clemencia sus noches, los guías turísticos, cuando habían terminado de explicar la Mezquita y habían agotado lo típico de la Judería, llevaban a los seguidores del paraguas rojo a un pequeño local de la plaza de Chirinos . Allí estaba la galería de arte Clave , que trajo a la ciudad algunas de las exposiciones más transgresoras y modernas que se recuerdan, y allí en aquellos días estaba la muestra de escultura de Marc Sijan , un autor estadounidense cuyas obras dejaron a muchos cordobeses, y a no pocos de fuera, con la boca abierta. Decir hiperrealismo era quedarse corto: al estar frente al camarero o los bañistas se sentía la tentación de pinchar entre las grietas y arrugas de la piel para comprobar que no era una persona.
Clave, por supuesto, aguantó en Córdoba apenas tres años, pero entre tanto alivió las tardes a quienes tenían que buscar ocupaciones para los demás y podían hacerlo sin soltar un céntimo. Esta misma semana ya iban los mismos paraguas por San Agustín y por San Basilio dispuestos a que los forasteros disfrutasen la belleza de los Patios de Córdoba detrás de la cámara de un móvil.
Como pasó con la efímera y añorada Clave, también el Mayo Festivo se agota mirando cómo quienes más trabajan por levantarlo son quienes menos se llevan. En ningún momento se ve mejor que en los Patios , una fiesta que se sostiene por el amor propio, el cuidado y el esfuerzo de muy pocos cientos de personas. No reciben por su trabajo más que calderilla y elogios, y bastantes veces también la patosidad incívica de los que piensan que las macetas son de plástico y las flores un decorado que se puede cambiar de sitio. Son muchos más quienes se llenan bastante el bolsillo, se permiten redondear un pelín los precios y venden viajes con fotos llenas de colores deslumbrantes que estarán al alcance de sus clientes con apenas esperar una cola, que no rebajará el precio de la habitación.
En las Cruces está la cosa más repartida, porque quienes las ponen también sacan partido, siempre que la lluvia, como este año, no aparezca para arrasar claveles, chafar farolillos y dejar a la gente en su casa. Pero es engañoso: la mayor parte son de asociaciones y cofradías que podrán bordar mantos y dorar pasos, pero gracias al trabajo que se echan al cuerpo quienes hacen pinchitos y venden vino quitándole horas a su familia. Aquí pagan la factura los vecinos y residentes, y aunque la fiesta se degenere en decibelios y excesos, tampoco es una mala forma de disfrutar la ciudad.
Una y otra van agonizando entre el envejecimiento y el cansancio de quienes se cansan de poner la belleza y de que los vampiricen. Todavía quedará la Feria , que tirará bastantes años a costa de afearse y vestir de casetas abiertas , democráticas y tolerantes la verdad del mercado negro del alquiler. Esas asociaciones que sólo parecen existir para hacer Cruces y Feria como profesionales tienen el nombre exacto de culturales, porque reflejan los valores de la ciudad. En Córdoba hacer de parásito de lo ajeno no es una condición, sino un porcentaje o una ocupación a tiempo parcial: cada cierto tiempo hay quien hace negocio con el sudor del de enfrente, que diría aquella chirigota.