VERSO SUELTO
Sonrisa pintada
Hay quien se sobrepone a sus días para que a su alrededor brillen los ojos de los demás

La Navidad es una fiesta tan grande que hasta convence a los que dicen odiarla. Por ese lado es irónica, ya que consigue un pellizco de felicidad para quienes no quieren que llegue y deja un poso de nostalgia en los que dicen ... en voz alta que están deseando de que pase. Los que quitan la vista de los periódicos en los días anteriores, como si les oliera a rancio el cava de los que celebran los premios de lotería, habrán encontrado algo que les haga cosquillas en el alma; los que sean sinceros consigo mismos se han enfado con su yo del día 22 y 23 de diciembre y le han afeado el gesto avinagrado con que amanecieron.
De todas formas no habrá que culparles demasiado. Igual que la Navidad da muchos motivos al año para dar las gracias por lo que se tiene todos los días y por lo que se recibe de forma especial durante esas horas, tampoco hay que pedir a nadie que sea un héroe. El aluvión de felicitaciones impostadas y anuncios de perfume y el derroche de disfraces ebrios de chillidos en las terrazas lo cubren todo con una costra de purpurina que espantará al espíritu mejor dispuesto. El recuerdo de aquellos años en que la felicidad obligatoria no resultó más que una paradoja cruel también pesará en el ánimo, pero la Navidad es una fiesta de Dios , y la Providencia suele dejar sorpresas que alteran los guiones que se esperan y sirven para que las crónicas sean distintas de lo que temía el alma vencida por el pesimismo.
Con todo, el que dé gracias por haber tenido durante estos días esos ratos de dicha que hacen que en el fondo se bendiga a la Navidad, sabe que no tiene que quejarse porque sí hay gente que en estos días no tiene fuerzas para reír y sin embargo se pinta la sonrisa. Es lo que pensé hace poco con una fotografía que hizo Valerio Merino de los preparativos de la Navidad en el Centro de Córdoba . Como hace siempre, trajo imágenes impecables de luces y de esplendor; como también es habitual, llegaron contraluces y reversos de la fiesta, momentos en que lo que parece alegría compartida tiene un momento para la tristeza. Aquella era de un hombre vestido de payaso . Era un hombre de edad, a juzgar sobre todo por las arrugas de las manos, con una guitarra para ganarse un dinerillo en días en que las calles estaban llenas, y algo parecido a la pena en las ojos que ni siquiera enmendaba la sonrisa pintada de blanco.
La fotografía se había quedado como un relato en el que el espectador tenía que completar, pero así aislada, con las luces rutilantes de fondo, tenía algo de aquel honrado payaso de Unamuno en «San Manuel Bueno, Mártir» , que seguía repartiendo alegría mientras su esposa agonizaba y moría en la posada del pueblo al que llegaba como un nómada. En estos días hay mucha gente con sonrisa pintada , que no se toca con astas de reno ni gorros colorados y que tampoco tendrá cuerpo para emborracharse o comer hasta la indecencia, pero que tiene que sobreponerse a los recuerdos y a la realidad de sus días para que a su alrededor brillen los ojos de los demás y haya quien se acueste sin preocupaciones. No sólo quienes trabajan cuando los suyos se reúnen, o los que están fuera o madrugan por las calles más desiertas del año, sino también los padres y madres de familia capaces de vencer a la pereza tramposa de la melancolía para que a su alrededor nadie lo note y los que quieren desmentir al calendario y a la edad que tienen. El esfuerzo y la Providencia les dejan muchas veces el premio de una sonrisa de verdad.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete