Perdonen las molestinas
Sombra
El proyecto del Balcón del Guadalquivir, el típico ejemplo de olvidar dónde se está
Si usted vive en el barrio de San Pedro , pongamos por caso, y necesita comprar una toalla en el centro comercial del Arcángel no tiene más remedio que atravesar el desierto del Gobi, que algunos se empeñan en llamar ostentosamente Balcón del Guadalquivir. La cosa se complica en progresión geométrica si la toalla, dios no lo quiera, la tiene que adquirir entre el 15 de junio y el 15 de septiembre, día arriba día abajo.
En ese periodo del año el sol alcanza su punto máximo de verticalidad y en el desierto del Gobi se registran temperaturas extremas que hacen inviable la vida humana. Los que se atreven a cruzar el páramo se exponen a una hipertermia aguda con consecuencias imprevisibles para el organismo. Lleven cantimplora y sombrero de palma, hagan ustedes el favor, si quieren llegar vivos al oasis de aire acondicionado del centro comercial.
El también llamado Balcón del Guadalquivir fue diseñado por un arquitecto de indiscutible prestigio. Su concepción urbanística es lineal y transparente. Y resuelve magistralmente un espacio degradado de Córdoba para reconvertirlo en un soberbio mirador volcado hacia el Guadalquivir y la Mezquita. Hasta ahí todas las piezas encajan.
Navarro Baldeweg nació en Santander . Quizás por ese insignificante motivo se decantó por la jardinería de arbusto y las plantas ornamentales con el objeto de romper la monotonía de las duras plataformas de piedra que dominan las casi 12 hectáreas del enclave. Es verdad que hay árboles. Unas cuantas palmeras junto al avión de Rosa Candelario y algunas decenas de ejemplares de sombra diseminados por la inabarcable solanera.
Y ahí es donde queríamos llegar. A la sombra. El calentamiento global se cierne sobre Córdoba como un misil de neutrones y, desde hace décadas, de la Gerencia de Urbanismo de nuestro excelentísimo Ayuntamiento solo salen cartapacios de plazas tórridas y avenidas ardientes. Lo cual qué quieren que les diga.
No tenemos nada en contra de la arquitectura minimalista. Todo lo contrario. Calma el espíritu y reordena el espacio. Pero, amigos míos, necesitamos la sombra como los esquimales precisan del fuego. Estamos en Córdoba, la capital del infierno . No sé si se habrán dado cuenta.
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