VERSO SUELTO

Recuerdos sin memoria

De lo que se compra con pulsión enfermiza, los familiares sólo guardarán cuatro cosas

Objetos expuestos en una tienda de segunda mano VALERIO MERINO
Luis Miranda

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Hay en Córdoba unas cuantas tiendas que representan mejor que los cementerios la fugacidad de la vida y el despojo que queda con las ausencias, presentes en estos días en la llama trémula de las lámparas votivas y en cada momento en la memoria de los que se han quedado. Serán bastantes, pero yo paso todos los días por los escaparates de dos en Ciudad Jardín . Se venden enseres que sus dueños han regalado y sobras de mudanzas que no caben en casas nuevas, pero a mí me parece que son casi siempre objetos de personas que murieron y que van a parar al escaparate después de que quienes las tomaron en las manos no se atrevieran a tirarlas.

Quienes las compraron, las recibieron como regalo envuelto, les quitaron el polvo y las tuvieron como humildes objetos valiosos no se llevaron al columbario o a la tumba todo lo que les rodeó en vida, y ahora que faltan pueblan los escaparates de sitios que quizá reciban más que vendan, gestionados por entidades que ayudan a personas que superaron adicciones, y que trabajan afanándose en mudanzas y vaciando casas de aquello de lo que nadie se quiere hacer cargo.

Allí están los vasos plateados que necesitan una limpieza y que pudieron servir para la mesa de más de una Nochebuena , los juegos de ajedrez con piezas fantásticas que no estarán en un catálogo artístico, pero que siempre lucían llamando la atención en las visitas, las colecciones de libros homogéneos de los que apenas se leyó la mitad, los cuadros de humildes paisajes, el sofá pasado de moda que ayudó a resistir el sueño para acabar una película que no se vio empezar pero que no se pudo dejar de ver, las figuritas de porcelana que se retiraban con mimo quirúrgico al recordar a quien las había regalado, los cuchillos que conservan el brillo eficaz del acero después de haber pasado por el afilador mil veces, las lámparas de mesa que no vienen en los catálogos ni aguantarán las luces LED, la mesa baja que sirvió para poner el café a los amigos y no encaja en el diseño moderno de las casas nuevas, los calefactores nada estéticos que aliviaron servicialmente las noches de enero a sus dueños sin secar los ojos.

En este tiempo son mayoría quienes no se ponen la ceniza, y si se la ponen no escuchan que han nacido para convertirse en polvo, y al llegar estas fechas no van a los cementerios ni piensan que algún día estarán allí. No sé si se venderán los muebles que se disponen en estas tiendas, aunque es de suponer que si siguen abiertas se sostendrán de alguna forma, pero ya que el hombre de hoy no mira a Valdés Leal ni entiende lo que significa decir « Sic transit gloria mundi » mientras se sopla el polvo en la palma de la mano, podría ayudarle a comprender que de todo aquello que se compra con pulsión enfermiza y casi hasta las deudas los suyos apenas conservarán cuatro cosas. El resto será como esas urnas de cenizas con las que no saben qué hacer quienes no conocen los columbarios: objetos que deberían volatilizarse cuando su dueño haya desaparecido, recuerdos sin memoria que se convertirán en cosas viejas sin sentido en un escaparate. Más valdrá entonces dejar la memoria austera de quien no tuvo más necesidad que la de vestirse, comer y alimentar el espíritu con libros, música y arte, y no quedar algún día como coleccionista de fascículos o cuadros abstractos a juego con el centro de frutas secas de la mesa.

Recuerdos sin memoria

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