Rafael González - LA CERA QUE ARDE

Los simios

El estadio San Eulogio sigue ahí, cumpliendo sus funciones a pesar de caerse a pedazos

LA primera película que vi en el cine de verano del estadio San Eulogio fue «El planeta de los simios». Era mayo del año 1977 y Elvis Presley quiso morirse meses después en vista de que el 2016 iba a ser tan chungo. El Rey se podía morir cuando quisiera y no cuando todo el mundo. Para eso es el Rey. Lo que más me impresionó de la película fue que una simia pudiera ser mona —empezaba yo a ser adolescente— y, cómo no, (atención, que viene un spoiler) Charlton Heston al final en la playa, ante la destruida Estatua de la Libertad, gritando «pero qué habéis hecho». Después el San Eulogio se convirtió en el lugar donde me dejé las rodillas en lo que se llamaba eufemísticamente «educación física» y que consistía en jugar al fútbol al modo y manera de barrio y darle vueltas al campo corriendo en las variantes de velocidad y resistencia. Sales hecho un hombre de eso. Un heteropatriarcal de campo de tierra.

El estadio está ahí, sigue cumpliendo sus funciones deportivas a pesar de caerse a pedazos. Hace tiempo que en una movida de birlibirloque legal pasó a manos del Ayuntamiento y Cajasur, propietaria de la cosa, pero fue en el español período post-burbuja, porque antes éramos todos Cajasur, como bien recordarán las hemerotecas y algunos exconsejeros que ahora quizá han perdido la memoria. De qué le sirve a un hombre ganar el mundo si pierde la memoria…

De memoria tuvieron que tirar los vecinos cuando Nieto apareció por marzo o abril del 2015 por el barrio, ya que hasta la fecha no lo habían visto demasiado, y una vez identificado como alcalde, don José Antonio les soltó allí un proyecto de remodelación. Un proyecto de remodelación es a una maqueta de Rosa Aguilar lo que una bajada de impuestos a una promesa electoral. Dicho lo cual, el proyecto traía parking adosado, un mercado de abastos o similar, un cine y el propio campo de fútbol. No metieron el avión cultural de milagro. La gente del Campo de la Verdad, que es de barrio, se olió la tostada y al final pasó lo que pasó. O sea, nada. Ahora, el actual equipo de gobierno (esto no es un spoiler sino un oxímoron) recupera el proyecto pero adaptado al modo y manera del progreso, que es modificando lo anterior y ponerlo netamente en manos privadas. El fomento de lo privado desde la progresía es bueno. Desde el centro-derecha es malo. Recuerdo estos conceptos básicos por si a estas alturas del relato el lector se me ha amohinado.

En el camino se han dejado el cine, creo, y el parking. No pasa nada porque los del barrio aparcamos con una mano atada al lado de un naranjo, pero ya nos han sirlado parte del proyecto original. Aceptamos supermercado como animal de compañía y un par de porterías de repuesto para la muchachada. Nos conformamos con eso aunque crean los munícipes que vienen a entretenernos con los cacahuetes. Aunque mucho me temo que dentro de unos años mis nietos pasen por allí y vean un adefesio derruido y pregunten como Charlton Heston en el Planeta de los Simios «¿pero qué habéis hecho?».

El simio, hijo, el simio.

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