Perdonen las molestias
Simetrías
Quienes defienden que lo de Posadas es un crimen intrafamiliar nos quieren hacer creer que la víctima pudo ser la agresora
HAY quien sostiene que el asesinato de Concepción Fernández en Posadas es un crimen intrafamiliar. Es decir: un deceso producto del azar. Los seres humanos se matan unos a otros por razones imposible de catalogar. Una niña puede acuchillar a un anciano, como un jubilado podría sucumbir a un arrebato homicida o una madre envenenar a sus hijos mellizos en una tarde triste de otoño. Esas cosas pasan. Y buscar una explicación en medio del caos solo puede obedecer a motivaciones ideológicas de quienes quieren prender una guerra encarnizada de géneros para destruir la familia como dios manda.
Hay quien sostiene, por tanto, que pudo haber sido Concepción Fernández quien hubiera citado a su ex marido en la vivienda familiar para recoger sus pertenencias. La mujer habría sido víctima de un dolor insuperable en su ego estrogénico cuando su esposo, agricultor de 69 años, le anunció que ponía fin a una larga vida en común.
Según esa versión alternativa de los hechos, el hombre temería lo peor. Por esa razón habría acudido a la casa conyugal acompañado de un puñado de amigos. Una mujer herida en su orgullo es una fuerza incontenible de la naturaleza y nunca se sabe cómo ni cuándo se pueden desatar los acontecimientos. Y el sentido de la prudencia dicta, en esos casos, que el varón llame a la puerta donde ha sido citado por su ex mujer protegido por otros varones.
Los crímenes intrafamiliares no están determinados por patrones de comportamientos descifrables. Suceden y punto. Entonces, los que aseguran que la violencia machista no existe nos quieren hacer creer que Concepción Fernández pudo haber impedido la entrada de los varoniles acompañantes de su ex esposo para que accediera solo al lugar de los hechos. La víctima habría traspasado el umbral de la vivienda aterrorizado y consciente de que se adentraba en una trampa mortal. Y los amigos, naturalmente, se habrían dado media vuelta y aceptado sumisos el designio de la fatalidad.
Concepción Fernández ya tendría urdido un plan. Una mujer, si es verdadera mujer, no permite que su hombre decida por su cuenta y riesgo abandonar el hogar para mancillar su honra delante de todo el pueblo. Y, nada más cerrar la puerta de casa, blandió la hoja de acero sobre el cuerpo indefenso de un agricultor de piel dura como la aceituna hojiblanca. El hombre quedaría tendido en el suelo exhalando sus últimas bocanadas de oxígeno. Y la mujer sujetaría el arma de fuego contra sí misma con la templanza de quien ha cumplido su última misión en la Tierra.
La arquitectura mental de quienes niegan la violencia machista no necesita argumentos. Da igual que las mujeres caigan una tras otra cada semana y que las estadísticas se obstinen en certificar que la inmensa mayoría de los agresores son hombres. Da igual que los números ratifiquen de forma incontestable que los ataques sexuales están perpetrados en un 98% por varones. Da igual que haya una cultura milenaria de dominación que ha adjudicado de forma desigual los roles sociales de unos y otras.
Lo importante es imaginar, contra toda lógica, que Concepción Fernández pudo haber tendido una emboscada mortal a su ex marido y que este, consciente de los riesgos que corría, se hubiera presentado en la casa escoltado por un puñado de amigos ante el infortunio que se avecinaba. Los crímenes intrafamiliares , al fin y al cabo, están determinados por una extraña simetría imposible de clasificar.