Pasar el rato

El símbolo

El mismo pueblo que hoy repudiaría a un monarca absoluto despreciaría a un rey sumiso a un gobierno de patanes

La bancada del Gobierno en el Congreso ABC
José Javier Amorós

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Nos gustaría creer que el judicial es uno de los tres poderes del Estado, junto con el legislativo y el ejecutivo. O lo que es lo mismo, junto con Pedro Sánchez y Pablo Iglesias . Que no es menos poder que los otros dos, ni un mero apéndice de ellos. Y que cuando el Poder Judicial organiza un acto solemne de su especialidad e invita a presidirlo al Rey, y el Rey acepta, al ministro de Justicia no le queda otro remedio que meterse su oposición injustificada por el desagüe republicano de la cuestión. Pues de poderes hablamos, una mala sentencia no es menos temible que una mala ley. Ni una buena sentencia, menos influyente. Allá van leyes, do quieren jueces, podríamos decir hoy, por tantas experiencias. Pero España ha mudado en una dictadura democrática, y todos los poderes del Estado son el mismo poder: el del bello Sánchez. Podría pensarse que Felipe VI se está convirtiendo en un empleado del rey de reyes, que puede hacer con él lo que quiera. Desde mandarlo a Cuba a tomar café con los herederos de la familia Castro, hasta tenerlo esperando una hora o decidir con quién sale a cenar esta noche. Que los reyes ya no lo sean por derecho divino, no equivale a que deban tener un papel tan triste en el derecho humano. Y sin embargo, el mismo pueblo que hoy repudiaría a un monarca absoluto, despreciaría a un rey sin carácter, que se mostrara sumiso a un gobierno de patanes cuya única vocación fuera durar en el mal. El dueño de la empresa en que trabaja el rey es el pueblo español, no Pedro Sánchez y su coleta política. Y el pueblo quiere un Jefe del Estado firme , no un simple adorno de Estado. Para símbolos nos basta con la bandera, el escudo y el himno nacional. El rey es mucho más que un símbolo. O es nada más que un símbolo, en cuyo caso resulta demasiado caro.

No hace falta ser monárquico para darse cuenta de que, en este momento de la historia de España, la alternativa a Felipe VI sería un individuo de la estatura intelectual y moral de Gabriel Rufián . Si llegara a hacerse realidad el sometimiento de la corona a la arbitrariedad de este gobierno, el advenimiento de la república perdería interés. Una monarquía es siempre más decorativa que una república, y no puede compararse tener como empleado a un rey a presidir una república. Aunque lo más probable es que el rey no se prestase a complacer los caprichos de individuos a los que su Casa no contrataría ni para abrirle la puerta del coche oficial.

Pablo Iglesias no odia a los ricos, los envidia . Por eso lleva tiempo utilizando todos los medios para ponerse a su altura económica. Quiere ser un indignado acomodado, como Ana Botín o José Bono. El pueblo puede esperar. Pedro Sánchez no odia al rey, lo envidia. Y trata de alcanzar por el abuso de poder lo que le negó naturaleza, convertirse en un rey no numerario. El gran jefe es una versión analfabeta de «El retrato de Dorian Grey». Alto y nauseabundamente bien parecido, es también una mala persona. Como Catulle Mendès, el escritor francés de la segunda mitad del XIX, también guapo y vil y destructivo, de quien Guy de Maupassant dijo que era «un lirio en orina». España corre peligro de desaparecer bajo su mandato, convertida en una lánguida flor histórica que se va pudriendo entre residuos.

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