Patrimonio

70 años del silo de Córdoba: de almacén de grano al otro 'museo arqueológico'

La nave, tercer edificio más alto de la ciudad, cumple 70 años convertido en un repositorio de restos arqueológicos

Vista del silo de Noreña en una imagen de archivo Ángel Rodríguez
Rafa Verdú

Rafa Verdú

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La historia del silo de Córdoba , ese enorme edificio que da la bienvenida a los viajeros en tren desde Sevilla, es singular. Lleva 70 años (recién cumplidos: se inauguró el 6 de junio de 1951 ) marcando la línea del horizonte de la ciudad.

Al término de la Guerra Civil, en España se pasaba hambre . Para paliar la falta de alimentos, el franquismo creó la Red Nacional de Silos y Graneros , un vasto conjunto de almacenes por todo el país cuya silueta aún se vislumbra desde la carretera en pueblos y ciudades. Se construyeron cerca de un millar de diferentes tipos y en Córdoba destacan, además del de Noreña, los de La Rambla o Alcaracejos ( ahora reconvertido en centro termal ), entre otros.

Aquella red servía para almacenar el grano y distribuirlo a la población, pero era sobre todo un sistema de intervención en el mercad o . El franquismo se apropió de la producción de grano y el Estado mantuvo el monopolio hasta la década de los 80. Una ley de 1984 primero, y especialmente la entrada de España en la Unión Europea -nada partidaria de regular los mercados- en 1986 dejaron sin utilidad práctica a aquellos enormes edificios. De todos modos, las cosas habían cambiado mucho para entonces, y para bien, en la 'piel de toro'.

El silo de Córdoba fue uno de los primeros en construirse dentro de una red que se gestó en los años 40. Su diseño corresponde al ingeniero agrónomo Carlos Ynzenga Caramanzana (por eso se le conoce también como el silo Ynzenga), el mismo que impulsó la creación de la Red Nacional de Silos y que diseñó el silo de Málaga, derruido hace cuatro años con bronca política de por medio.

El estilo de esta obra difiere de los que aún quedan en el resto del país, todos ellos muy parecidos. Era una arquitectura que buscaba la función práctica , y un almacén -del tipo que sea- no es precisamente un lugar con espacio para florituras y ornamentos. El de Córdoba, sin embargo, combinó con cierto gusto el racionalismo con la estética . Los arquitectos optaron por un estilo neomudéjar característico, con una imagen similar a la de otros edificios que se estaban construyendo o ya estaban en funcionamiento en la ciudad por entonces, como la antigua Facultad de Veterinaria .

En su construcción se emplearon materiales de excelente calidad. Una vez terminado, se convirtió con sus 12 plantas y 48 metros en el edificio más alto de Córdoba después de la torre de la Mezquita-Catedral, que se alza 54 metros sobre el suelo. Sólo en fechas muy recientes lo ha superado por solo un metro el malogrado edificio residencial Torre del Agua.

Tenía capacidad para albergar 15.000 toneladas de grano -más del 10 por ciento de toda la producción de trigo duro de la provincia prevista este año -. Los almacenes en sí no se ven tras la fachada y ocupan enteras las seis primeras plantas del silo. Las demás estaban destinadas a la maquinaria u otras tareas y sobresale una planta entera diáfana y abovedada , la séptima.

Sirvió a sus propósitos originales durante medio siglo de vida , si bien como se ha comentado a mediados de los 80 ya había perdido gran parte de su utilidad como almacén de grano. La Junta de Andalucía, propietaria de la mole desde que el Estado se la cedió en 1996, la rescató del olvido y de paso la salvó de una probable demolición -como pasó con la cercana residencia Noreña o el silo de Málaga- mediante la declaración como Bien de Interés Cultural . Se registró con la categoría de monumento en 2015.

Desde esas fechas el silo Ynzenga se ocupa en otros menesteres, quizás poco conocidos. Sigue siendo un almacén, pero ya no de cereales sino de historia : es el repositorio de todos los restos arqueológicos de la ciudad -y no son pocos- que merece la pena conservar pero para los que no hay espacios en los museos. Y esa es la razón principal por la que no se puede visitar, ya que la Junta atesora con celo lo que allí se guarda a buen recaudo.

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