Javier Tafur - El estilista

El silencio de Ambrosio

La nomenclatura del PSOE no quiere saber nada de la alcaldesa

Ustedes saben que San Ambrosio descubrió el silencio. Digamos que oraba o leía en silencio, cosa poco menos que extraña para la época. El silencio no demostraba nada entonces, como ahora, y parecía inútil, como ahora, por cuanto no hacía partícipes a los gregarios. El silencio, como la inacción, se ha convertido en institucional en los países occidentales por cuanto su marasmo ideológico les impide la definición oral, que siempre toma partido. El silencio es, pues, universal y lo mismo sirve para un roto que para un descosido, que es lo que pensaría nuestra Ambrosio en el trance que nos ocupa. Lo que pasa es que el silencio mudo queda mucho mejor. Los minutos de silencio se inventaron para eso, para no tener que meter la pata. Expresan la impotencia de un modo civilizado. En lugar de echar venablos por la boca, que es lo que nos pide el cuerpo, nos los tragamos para que no salpiquen al vecino, es decir, que nos quedamos ensimismados, ajenos a la realidad, o sea, en Babia, que es como estar en la Gloria pero a efectos laicos y asturianos. De hecho, el minuto de silencio es la oración laica por excelencia, el exhorto a la nada. Si nada se pide porque nada se espera, nada se obtiene.

¿Que necesidad tenía entonces Ambrosio de justificar ese segundo minuto de silencio del que todos pensábamos que era sobrevenido? Pues que no era tal, sino bien tramado. Lo de menos es que nuestra alcaldesa dudara de la violencia justa de las bombas de los franceses. ¿Qué más daba que las gaditanas hicieran con ellas tirabuzones en su momento y esta cordobesa haga ahora, con reducida gracia, minutos de silencio? Lo de menos es, igualmente, que dudara, sobre todo, de los votos de Ganemos, que la pueden dejar en la calle en cualquier momento. Lo de menos es, por tanto, que se callara un minuto sobrante por sorpresa y porque se sintiera presa en ese instante del complejo de la superioridad moral de la izquierda y se olvidara, como teresiana, del ejemplo del padre Poveda, que murió reafirmando su fe, y, lo que es más importante, renegara de Hollande, el más preclaro de los socialistas en ejercicio. Lo de más es que la Junta le ha negado el pan y la sal. La nomenclatura del PSOE no quiere saber nada de ella porque ha roto la estrategia de Estado, que es básica en un bipartidismo. Que lo haya hecho voluntariamente o, en todo caso, a instancia de Pedro García, que ejerce de comisario político del más retrógrado comunismo, abunda en su descrédito.

Lo peor de Ambrosio es que ha reconocido que el minuto de silencio ofrecido a los terroristas presuntamente caídos en Rakka estaba pactado con los grupos que la apoyan y ni siquiera consultado con la oposición, en un momento en el que la unidad de las fuerzas democráticas europeas constituye la primera responsabilidad política y también la más probable baza electoral. No le perdonaran que se haya comportado de modo tan inoportuno. Máxime a una persona que era presentada por los suyos con los sospechosos halagos de «discreta y poco inteligente».

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