Perdonen las molestias

Sextorsion

Ojo con las ventanas emergentes. Sobre todo, si son de señoritas encantadoras. Se lo dice su policía amiga

Unidad de la Policía Nacional en Córdoba que trabaja con los delitos de chantaje sexual en redes VALERIO MERINO
Aristóteles Moreno

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NOS aproximamos a una nueva era. No hay duda. Se percibe en el flujo desquiciante de internet, en el deshielo imparable de los casquetes polares, en los monólogos solitarios de los jóvenes que caminan con las orejas de goma por la Ribera. En chándal de la selección española, por supuesto. Pero se nota también en nuevas formas de delincuencia. Por ejemplo, la sextorsión . Un mensaje que se cuela por el ordenador, una cita digital a ciegas, un enlace embaucador como quien no quiere la cosa. Y zas: te han cazado como a un conejo en la madriguera.

Antiguamente, los timos eran otra historia. El tocomocho , sin ir más lejos. Aquel tierno señor que te abordaba en mitad de las Tendillas con un boleto de lotería premiado con una porretada de millones. Y el gancho que se acercaba para dar credibilidad a la estafa que estaba a punto de caerte encima como un jarra de agua helada. Eran fraudes artesanales . Como las cestas de esparto. Estafas ejecutadas con una profesionalidad digna de encomio . O el truco del cubilete sobre la mesa de camping y aquella pericia acojonante del tipo moviendo las bolitas con la velocidad de Mbappé.

La Policía lo acaba de advertir en una circular. Ojo con las ventanas emergentes. Sobre todo, si son de señoritas encantadoras. Le harán creer que es usted un galán de película de sobremesa. Pero no. Es un pardillo como la copa de un Martin Miller con tónica azul. La jovencita de voz metálica le activará la cámara incorporada de la computadora y quedará usted atrapado en un archivo digital de no sé cuantos megas. Usted y su cuerpo moreno.

Es entonces cuando comenzará lo excitante. La sextorsión, queremos decir. Y la bella dama se convertirá como por arte de magia en un chantajista de armas tomar . Uno de esos tipos con los que usted no se tomaría una cervecita con boquerones en vinagre. El señor le informará amablemente por correo electrónico. O suelta la pasta o las imágenes circularán por el espacio sideral de sus amigos y familiares. O sea.

Se trata de organizaciones criminales que han hecho su cursillo básico de informática. Saben como funciona la coacción 2.0. Como un guante de seda. Hablamos de la delincuencia del tercer milenio. Sin violencia física ni contacto personal ni qué niño muerto. Usted se estará retorciendo en la butaca del escritorio como un jabalí tiroteado y el señor chantajista estará fumándose un puro en Birmania. Como mínimo. La Policía dice que ya está pasando en Córdoba. En la esquina de su casa. Al vecino del quinto. A cualquiera sabe.

Orwell disparó cerca con su tiranía futurista. Imaginó un gran hermano controlando todos sus movimientos en el marco de un régimen totalitario. Y, amigos, aquí está. Pero en versión libre mercado. Que no es lo mismo, oiga, pero duele como un plomillazo en el tobillo.

Abre usted el ordenador y alguien lo mira fijamente desde Birmania. O desde Uruguay. Que el orden de los factores no altera el producto. El caso es que cabalgamos hacia un punto en el que la intimidad será un lujo del pasado. De aquellos años felices en que cerrabas la puerta del baño y estabas solo ante el cosmos. Qué lindo tiempo.

Los agentes recomiendan denunciar y no pagar. Porque si pagas, estás muerto. ¿Y si no pagas? Hay momentos en la vida de un ser humano en que es mejor no hacerse ciertas preguntas.

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