Crónicas de pelgoland
El sentido común
La mascarilla ya era obligatoria y la ola de regulaciones autonómicas no tiene sentido
Al de la mascarilla obligatoria en todo momento y lugar (sí, tú, no te escondas) lo quiero ver a las cuatro de la tarde subiendo Realejo arriba, a cuarenta y tanto grados, cuando falta el aire y el cerebro no riega. En ese momento en que no pasa ni perry por la calle , donde con suerte lo único que se esquiva es el goteo de los aires acondicionados y las llamaradas que salen de los autobuses de Aucorsa, que ya los podían diseñar con salida de gases por el techo , puñetas.
A ese que llega a su despacho en mullidas tapicerías de coche oficial, lo quiero ver yo en esas noches tórridas cuando se sale del trabajo y se encuentra uno, como mucho, con su propia sombra . Cuando el aire es una sopa espesa y, sobre todo, no hay forma de contagiarse porque la gente está, como es normal, refugiados en su casa. Aislados en prevención de golpes de calor , que es lo que nos está permitiendo pasar el verano en Córdoba con una relativa calma sanitaria. En esas horas tan bonitas del día donde la mascarilla se convierte en hilachos por el sudorcillo del bigote y las orejas se ponen encarnadas por la presión de la gomilla. Te vas a venir una tarde, so listo.
Aquí han pasado de decirnos que lo de la mascarilla obligatoria no era para tanto — «No tiene sentido que la población sana utilice mascarillas» , dijo el epidemiólogo Fernando Simón — a hacerla obligatoria por duplicado por si nade se había enterado. A ordenar el uso de algo que ya era insoslayable antes de que la Junta de Andalucía emitiese su última orden en una ola normativa de las autonomías sobre lo que ya tenía una ley estatal clara y comprensible. Bastaba, simplemente, con poner a los agentes del orden a hacer cumplir una regulación perfectamente razonable, fácil de entender, en vigor: si tienes a alguien cerca, tápate la boca y la nariz que es por tu bien. Si no puedes garantizar una distancia social por el motivo que sea, protégete que es por tu bien. Si estás en un espacio cerrado de uso público, colócatela. Si por lo que sea pasas de una orden que nos protege a todos, prepara el bolsillo , gachón, que te va a costar un pico la broma.
El Congreso de los Diputados convalidó el pasado mes de junio un decreto que es de obligado cumplimiento para todos los españoles y sus instituciones. Asegura que, en caso de que no se pueda respetar una distancia de metro y medio sobre el prójimo, hay que colocarse la protección sanitaria so pena de los mismos cien euros de multa que establece la regulación propia de la Junta de Andalucía. Sucede que esto de las mascarillas ha retratado una de tantas disfunciones del Estado en España, donde lo que decide un ministro y refrendan representantes de la soberanía popular tiene que alterarse y matizarse por gobiernitos, presidentitos, ministritos. En vez de confiar en el sentido común que dicta que haya normas claritas para todos, de aplicación directa y basadas en criterios científicos, tiene que llegar la pinceladita territorial , el hecho diferencial, el postureo de justificar el sueldo.
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