Aristóteles Moreno - PERDONEN LAS MOLESTIAS

La señal viene del cielo

Todo parece indicar que la Torre del Agua empieza a renacer de sus cenizas. Y no hay signo más claro del cambio de ciclo que un rascacielos

LA salida de la crisis, amigos contribuyentes, no se mide en brotes verdes como algunos economistas de temporada se esfuerzan en describir. Ni siquiera en luces al final del túnel o en el repunte de cifras macroeconómicas. Uno sabe que nos encontramos al final de un ciclo débil y al inicio de otro dinámico cuando comienzan a aparecer proyectos de rascacielos por el horizonte.

Los edificios en altura, como los denomina afectadamente el urbanismo «divine», son un indicador macroeconómico de primer nivel. Dime cuántos rascacielos han entrado en la Gerencia de Urbanismo y te diré cuánto dinero especulativo se mueve en el mercado. Los años en que atábamos los perros con longaniza empezaron a proliferar las torres de no sé cuántas plantas como champiñones. El urbanismo entró en un estado febril del que todavía no nos hemos recuperado. Una fiebre constructora que ha dejado el país alfombrado de cemento y a Córdoba mal herida de proyectos inacabados.

Pero volvamos a los rascacielos y que nos perdone el urbanismo "divine". El poder no se conforma con manejar los hilos por debajo de la mesa sino que necesita símbolos de representación. Fundamentalmente, para abrumarnos con su grandeza y recordarnos quien manda aquí. En ese contexto, emergió hace más de una década el Ojo del Califa. La Torre Prasa, para entendernos mejor.

La locomotora del ladrillo marchaba a todo vapor y el éxito inmobiliario necesitaba su icono. Cómo el Ayuntamiento rompió la tradicional cota de altura urbana y autorizó un rascacielos de 13 plantas y 45 metros en las inmediaciones de la Mezquita de Córdoba es un misterio que algún día resolverá Cuarto Milenio. Mucho más si hablamos de que el edificio iba a ocupar el principal escaparate de la ciudad en el interior de un parque consolidado y (no se lo pierdan) sobre parte de suelo municipal cuya concesión temporal finalizaba entonces.

Algún día Iker Jiménez dedicará un capítulo a descifrar este fenómeno paranormal. No lo tiene fácil. Sencillamente, porque resulta difícil de explicar cómo el pleno municipal aprobó el 29 de diciembre de 2005 una innovación del Plan General de Ordenación Urbana que permitía, en desafío a la cultura urbanística de una ciudad Patrimonio de la Humanidad, levantar edificios de hasta 74 metros de altura.

Todo el mundo sabe que la innovación del Plan General es la puerta trasera por la que se cuela todo lo que no cabe en la norma. Usted y yo entramos por la puerta principal. La de las leyes, las reglas, los preceptos, los reglamentos, los códigos y la limitación de altura a siete plantas. Y por la de atrás circula el mundo VIP. Pues bien: la innovación del Plan General abrió la escotilla a un puñado de edificios en altura, como diría el urbanismo «divine».

Florecieron sobre el papel media docena de torres. A bote pronto, podríamos citar las del Cordel de Écija, la Ciudad Levante, el Polígono de la Torrecilla, el Cortijo del Cura, el Arroyo del Moro y la de nuestros amigos de la Junta de Andalucía, siempre dispuestos a predicar con el ejemplo. Un golpe de viento y el crack financiero que todos ustedes conocen se llevaron por delante los sueños de grandeza de aquellos años irrepetibles.

Hasta hoy. Todo parece indicar que la Torre del Agua empieza a renacer de sus cenizas. O sea. Olvídense de brotes verdes y salidas del túnel. Si buscan un dato fiable sobre la recuperación económica miren al cielo. Y no precisamente a las nubes.

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