LA CERA QUE ARDE
Semiótica
Tocarse la oreja era el gesto presuntamente definitivo
PARECE ser, dicho esto con la prudencia de la cosa presunta, que si entras en Diputación a la carpa de maquinaria agrícola y drones regantes y te rascas una oreja acabas de bombero chófer. Como el Nescafé , con un sueldo para toda la vida. Y es que los gestos son importantes. Según se desprende de la información que en primicia ofreció ABC , en el tribunal de oposiciones a bombero, el gesto esclarecedor de quiénes habían nacido para bombero y quiénes no, consistía en tocarse la oreja. Si soy yo el que está ahí, me hacen director de bomberos, por cierto. O jefe de chóferes , por lo menos. Todo ello supone parte de un entramado semiótico que ha acabado en los juzgados, con diputados y un alcalde bajo sospecha. Disculpen si no entro más en detalles, pero mis compañeros de Opinión han dado profusa información al respecto, además de opinarlo muy bien, y en cualquier caso esto pinta a que todavía va a necesitar más riqueza tipográfica o digital en sucesivos días. El caso es que huele a marote o a máster universitario de cargo político.
A mí, personalmente me alegra que uno opte a bombero antes que a conserje, porque los bomberos hacen cosas chulas y los conserjes también, pero lucen menos. Y muchos bomberos son metrosexuales. Eso quiere decir que si usted va a la caseta de Feria de la Dipu puede encontrárselos haciendo un «full monty», quizá por una causa benéfica, quizá para alegrar a las señoras y a algunos señores. El caso es que la profesión de bombero y las hormonas suelen ir muy unidas. Se necesita mucha testosterona para superar las pruebas físicas que requiere la profesión o cruzar el Estrecho de Gibraltar a nado en favor de las focas con pelagra. Porque los bomberos realizan todas estas cosas e incluso apagan fuegos. Salvan vidas. De ahí su tremendo magnetismo sensual . Son héroes. Por eso es una profesión que atrae y se puede montar la que presuntamente se ha montado: b omberos a medida o bomberos cuñado , que viene a ser lo mismo.
Y es que más difícil que apagar fuegos es saber qué hacemos con un cuñado. Dónde lo colocamos para que no moleste. ¿Tiene tableta suficiente para un «striptease» en la caseta provincial? No. Pues entonces a conducir haciendo «nino-nino», que no obliga a enseñar los abdominales . ¿Y qué hacemos con los que corren 100 metros en dos segundos, trepan a un cocotero en uno y saben lo que es una RCP o reanimación cardio pulmonar? Pues que se presenten y alegren la vista del tribunal opositor. Sabrán jiu-jitsu estos muchachos, pero no saben tocarse la oreja como el cuñado. Y ese es el gesto definitivo. El que te abre las puertas de una vida con sueldo fijo y pagas extras. Y un coche que hace «nino-nino». Y puede hasta que acabes atusándote la melena mientras, con la manguera, apagas los rastrojos desbocados de Almedinilla que algún insensato prendió, mientras piensas en cual será tu nueva hazaña deportiva benéfica. Y todo porque un día te rascaste la oreja en el tribunal adecuado y el examen oportuno. A cargo del contribuyente.
Maravillas de la semiótica. ¿Quién necesita un entrenador personal, pues?