PRETÉRITO IMPERFECTO
Sandokán
A las puertas de prisión esperaba a la marabunta, pero ahí testó su asignatura pendiente: la soledad
No se puede afirmar sentencioso que con Rafael Gómez, alias Sandokán , el pasado lunes, entró una parte reciente de la historia de Córdoba en prisión . En el delito contra la Hacienda pública interviene su pillaje, su ignorancia interesada, su particular modo de administrar un emporio de nueve mil trabajadores y un triunfo y fracaso hechos a sí mismos. Su adelantado pulso vitalista, su innata huida hacia adelante, con sus propios códigos callejeros y su legión de seguidores, ajenos al común negociado de las normas. Gómez ha sido siempre un liberal salvaje en el estricto sentido de ambos conceptos.
Pero hay una parte alicuota en esa condena que pesa sobre la conciencia colectiva cordobesa, la misma que auspició al líder llano y supremo, vio en él un modelo a seguir como los norteamericanos profundos ven en Donald Trump una referencia de mejora social, y reverenció a la corte oportunista que proyectó aquellas tramposas pretensiones del bachiller, el cura y el barbero sobre esta especie de quijote del pueblo. En el máximo delirio, todos danzaban al son de la locura.
Recuerden aquella boda. Porque toda tragedia se inicia con una gran ceremonia, como mandan los cánones y Francis Ford Coppola o Michael Cimino nos enseñaron en la gran pantalla. Corría el mes de julio de 2004. «Enlace de una bella joya en San Miguel », describía el boletín oficial. Fue el hito social de la Córdoba opulenta que se creyó arrastrada por los idus del aroma del éxito. Un hijo de las entrañas humildes, un «self made man» a la cordobesa, un generoso patrón del ladrillo y el oro-hechura, concitaba al orbe rosa en Sansueña para festejar la boda de su hija pequeña. No faltó nadie que no quiso faltar.
Y así se inmortalizó en aquella fotografía que sí pasará a los anales de la historia corta y periodística, a la espuma de los días que se fueron: el rector, el banquero, la «alcaldiosa» y el felino empresario de Cañero . Seda y chaqué de alquiler. Circuito cerrado de televisión. Dolce vita con cabello de ángel y flamenquines rebozados de pepitas de oro negro. La adoración de gigantes con pies de barro y un tiempo falsamente sólido y efímero al que casi nunca había estado acostumbrada la ciudad discreta de Quintín y Pío Baroja . Puede que una cúspide necesaria en la almibarada orfandad de referencias que acostumbramos a padecer en nuestra llaneza interminable de expectativas. Nunca hubo término medio en ello: o el rictus castrense, califal del comunista Julio Anguita o la sagacidad del viejo zorro plateado en conexión química con el «rosismo» y Don Miguel. Lo demás, ha sido una mala copia, un vano intento por repetir la fórmula del poder concentrado y casposo. Desde aquella imagen, nada ha sido igual.
Por eso nuestra conciencia purga presidio en Alcolea también, donde a estas horas, Sandokán teje ya su cadena de favores con sólo deslizar su blanca melena por una esquina del patio. El riesgo de Rafael Gómez en prisión no es desdeñable, y cuanto antes salga de permiso mejor para el centro. En un año dominaría los módulos de reos como los planes generales de la Costa del Sol , sin la agresividad de Malamadre , ese fantástico personaje de «Celda 211» , pero con el armazón en su galaxia neuronal de otro imperio finalista de dimensiones siderales. Si algo hay que reconocerle a Rafael Gómez , sin menoscabo de cierta ternura a esa distancia milimétrica a la que te somete con su mirada, es su capacidad helénica de surgir de las peores cenizas con un ímpetu descomunal. Hubo un tiempo en que se creyó custodio de todos y sólo le faltó jugarse al póker el título honorífico con el arcángel verdadero. Por algo se inmortalizó en piedra, como los grandes clásicos.
Nadie fue a despedirlo el lunes a las puertas de presidio, como a Pepe Barrionuevo . Tal vez, en esa ingenuidad que aún conserva, esperaba otra foto parecida a aquella de 2004 a las puertas de su pena. Una marabunta apelando a su inocencia. Aunque justo ahí testó su asignatura pendiente: la soledad.