ASÍ FUE CÓRDOBA 2016
El recuerdo de la excelencia
Los centenarios de Antonio del Castillo y el Inca Garcilaso han marcado un año de cultura
Las efemérides tienen algo de recordar a Santa Bárbara cuando truena , como si el resto del tiempo no se pudiese hablar de los autores ni de sus obras. Tal vez, pero en Córdoba ha sido un año de conmemoraciones, de recordar a algunos de sus hijos más preclaros y de pensar en aquello que dejaron y en cómo seguir profundizando en su conocimiento.
El primero de los personajes a los que se ha recordado este año ha sido el Inca Garcilaso de la Vega , un personaje capital en la cultura española de los siglos XVI y XVII, y muy relacionado tanto con la ciudad de Córdoba como con Montilla. Fue considerado el primer mestizo español, o al menos el primero de los nacidos de un matrimonio mixto que tuvo una conciencia intelectual y cultural de su condición. No en vano era hijo de un noble extremeño, Sebastián Garcilaso de la Vega (a su vez emparentado con el poeta del mismo apellido ) y de la princesa inca Isabel Chimpu Ocllo. Le bautizaron en Cuzco, cuando nació en 1539, como Gómez Suárez de Figueroa, aunque cuando llegó a España, la tierra de su familia paterna, adoptó el nombre de Inca Garcilaso de la Vega, con el que ha pasado a la posteridad.
En 2016 se ha cumplido el cuarto centenario de su muerte y los actos se han desarrollado en Montilla , donde todavía está en pie y con pleno funcionamiento cultural la que se sigue conociendo como Casa del Inca, y Córdoba, donde hubo una gran exposición.
Se mostró en el centro de arte Rafael Botí , pero llegaba de la Biblioteca Nacional , que la había exhibido en su sede madrileña, lo que da idea de la dimensión de un personaje que contó con una de las mejores bibliotecas de su tiempo y que se codeó con los mejores intelectuales de la ciudad.
A lo largo de esta muestra, realizada con unos medios y una capacidad muy superior a la que tienen las exposiciones que suelen venir a Córdoba, se pudo conocer el ambiente en que creció el Inca Garcilaso de la Vega, que dedicó algunas de sus obras a relatar la historia de la tierra que ahora se conoce como Perú, y a contar lo que había sucedido allí antes de la llegada de los conquistadores españoles.
Su traducción de los «Diálogos de amor perdidos», de León Hebreo, y sus comentarios a la historia forman parte de las obras destacadas de un personaje al que se pudo conocer como uno de los grandes intelectuales del momento, y que está enterrado en la capilla de las Ánimas de la Mezquita-Catedral .
En aquel mismo año 1616 en que se despedía el Inca Garcilaso de la Vega, nació en Córdoba Antonio del Castillo y Saavedra , que fue el pintor más representativo de la llamada escuela cordobesa , y que destacó mucho con los pinceles, pero también y sobre todo con los lápices. La leyenda quizá sea apócrifa, pero ilustra su carácter. Se dice que Alonso Cano opinó de él: «Que venga a Granada, que le enseñaré a pintar». Y Antonio del Castillo respondió al saberlo: «Que venga a Córdoba, que le enseñaré yo a dibujar».
Figura poliédrica
Los actos en su memoria comenzaron en el último tramo del año y aunque evidenciaron la falta de un gran lugar para exposiciones, también han servido para rendir homenaje al pintor en tres formas distintas, con la capacidad para contextualizar su obra y relacionarla con la de los grandes autores de su tiempo, entre los que se incluye, y también con lo que se hacía en ese momento en la ciudad.
Fue la suya una obra centrada en el tema religioso pero, al igual que sucedía con otros grandes autores del Siglo de Oro , ello no arrinconó su creatividad, sino que supo desarrollarla e incorporar muchos elementos personales.
La primera exposición se desarrolló en la Catedral, donde está una buena parte de su obra, pero también en las iglesias, ya que Antonio del Castillo trabajó para muchos templos parroquiales y dejó allí sus obras. Parte de ellas se exhiben en sus mismas paredes, de forma que se han podido observar en su contexto. Si alguien quería conocer, por ejemplo, el celebrado cuadro sobre la Coronación de la Virgen , ha estado abierta de forma extraordinaria la iglesia de Jesús Nazareno, donde siempre se ha conservado esta obra.
Después llegó la del Museo de Bellas Artes , con obras novedosas y una explicación pictórica de algunos de sus principales temas, junto con piezas de la escuela cordobesa, para entender cómo era el mundo en el que trabajó y desarrolló su creatividad. La última, y la que más tiempo permanecerá abierta, es la de la sala Vimcorsa , que trata algunos de sus principales temas y reúne grandes obras.
Ha sido la ocasión para acercarse a un artista que destacó en temas religiosos y bíblicos, pero que también en ellos dejó un importante sello de su propia personalidad. No en vano, algunas de sus series recogen paisajes, extraídos muy probablemente de los alrededores de la ciudad de Córdoba y de la Sierra, así que también se pueden observar desde un punto de vista de documentación y testigo de la historia.
También la Junta de Andalucía tuvo presente a un autor cordobés en este año 2016, y es Antonio Gala . Se le nombró autor del año, lo que significa que sus textos, y su producción en teatro, narrativa y poesía es muy amplia, han tenido protagonismo en las publicaciones del Centro Andaluz de las Letras . El autor, nacido en Brazatortas, pero criado en Córdoba, sigue viendo cómo su obra llega a un público cada vez más amplio.
Para 2017, el nombre tiene que ser el de Ricardo Molina , nacido en Puente Genil el 20 de diciembre de 1916. El centenario de su nacimiento, pues, acaba de comenzar, en principio de forma tímida, pero se supone que con más intensidad a medida que avance el año, una vez que se organicen más actos.
Ricardo Molina, nacido en Puente Genil y fallecido en Córdoba en 1968, fue en su momento el más conocido y admirado de los miembros del grupo «Cántico» , y también uno de sus líderes naturales. Su don de gentes y su trascendencia cultural en la Córdoba del momento fue enorme, ya que, junto a Anselmo González Climent, fue uno de los organizadores del Concurso Nacional de Arte Flamenco en 1956 , entonces denominado de Cante Jondo, y su obra «Elegías de Sandua» se contó entre las más aclamadas de los autores del grupo poético cordobés.
Murió con apenas 52 años y aunque el posterior rescate de todos los autores de la revista consiguió que su nombre siguiese en las mejores antologías, no deja de ser aquel del que hay un recuerdo más remoto, ya que falleció hace casi medio siglo. La presencia de Pablo García Baena y de Ginés Liébana , miembros también del grupo que alumbró la histórica publicación, asegurará su memoria.