Rafael Ruiz - Crónicas de Pegoland
Rafalito
Como catálogo de tópicos, el Naranjito de mayo es una oportunidad perdida
Cual cantaor de quejío y palma, tengo el corazón roto, abrumado en mar de dudas. Como un pozo negro que me reconcome. Uno de esos debates épicos a la altura, pongamos, de si es mejor José Luis Perales en «Un velero llamado libertad» -por supuesto, mi favorita- o en «¿Y cómo es él?» -sin duda, muy adecuada para noches largas de largo trago-. En una palabra, no sé si poner a Rafalito de salvapantallas en el ordenador para que me dé los buenos días cuando consulto los correos electrónicos. Rafalito, no sé si lo saben, es una personaje ilustrado que ha planteado una empresa que no tengo el gusto en conocer y con un profesional del diseño al que tampoco recuerdo haber conocido jamás. En cualquier caso, ambos disculpen por estas leves reflexiones.
El icono, que pretende ser el Cobi del mayo festivo, tiene un estilo más deudor de Naranjito del Mundial del 82 aunque pasado por la trituradora de tópicos cordosiesos. Todos ellos. Juntos. A la vez. Como una sobredosis de esa cordobesía que pudiera derivar de estar, en un mismo día, de perol en Los Villares, de patios en San Basilio (con medio en La Galga) y en una rondalla de la peña El Limón cantando a voz en cuello canciones de Ramón Medina. No sé si lo van pillando.
Rafalito es un arco polilobulado -del Complejo Monumental de la Mezquita-Catedral- con ojillos y nariz, que tiene una cañilata, macetas, escalera y todo eso que hay en todas las casas cordobesas. Empezando por el Parque Figueroa y acabando en los bloques de Fidiana. Por supuesto, al personaje le han puesto de tocado un sombrero cordobés tipo Rusi y le han colocado su catavinos correspondiente. Porque, seamos sinceros, qué es un cordobés sin una uvita, sin un sombrero, sin una maceta. Ya digo que no le falta una al pobre.
A Rafalito lo han puesto verde, principalmente, quienes no han tenido esa capacidad de resumen de las esencias patrias a los que solo toca ponerle una pega. Rafalito es, al parecer, un muñeco simpático cuando lo que todo el mundo sabe es que los cordobeses somos gente de carácter distinto. Tirando a agrio. El senequismo y todo eso.
Rafalito es, sin embargo, una oportunidad perdida. Como compendio de esas cosas que forjan el carácter de un pueblo, yo al personaje lo hubiera dibujado, si supiese hacer tal cosa, pontificando. Es decir, hablando de lo que no sabe. Y quejándose, a todas horas, de lo que está en su mano arreglar y lo que no. A Rafalito, más que macetas, habría que ponerle pocas ganitas de progresar, sobre todo, cuando lo que se juega es su esfuerzo y sus cuartos. De tener más en cuenta el «qué dirán» que el «qué haré». Rafalito tendría que aparecer siempre con otros Rafalitos a la sombra de líderes fatuos. Discutiendo mucho, de todo, aunque sin decidir específicamente nada. Dedicando un tiempo enorme a lo accesorio y poco a lo principal, que esa es la filosofía profunda y estricta del pego. Haciendo las cosas a última hora. Cordobesamente. Tirando a mal.