Crónicas de Pegoland
Treinta años
El AVE trajo la modernidad pero también la impostura
'Así pasen dos milenios', por Aristóteles Moreno
Ante del AVE , queridos niños, había una cosa que se llamaba ferrobús . Te permitía viajar desde Córdoba a Barcelona en 24 incómodas horas mientras una monja rezaba repetidamente el rosario para los comunes del vagón. Sin tele ni nada. España era un sitio de bocadillos de caballa con ese olor a calcetines sucios, que decía Vázquez Montalbán. Y las estaciones eran neomudéjares como la Facultad de Veterinaria , un estilo arquitectónico que, escribió Umbral, ha legado grandes urinarios públicos a las ciudades.
Antes del AVE, estaba el Montes . Para quienes no se acuerden, era la tasca que estaba frente a la estación antigua, donde hoy andan Canal Sur y el Amazónica. Los muchachos de pueblo podíamos coger un tren desarrapado, en una estación desierta pero que funcionaba y, con suerte, que no pasase el revisor para no tener que pagar el trayecto. Como había que volver al pueblo después de intentar colarse en el concierto de la Axerquía, el Montes era la catedral nocturna de Córdoba. Un sitio que abría a cualquiera hora de la madrugada para comerse un bocata de chorizo frito . Por entonces no sabíamos qué era la quinoa pero sí la mortadela con aceitunas, aquella innovación .
Se pueden ustedes imaginar cómo era el paisanaje de aquellas madrugadas porque allí acababan los golfos, las putas, sus representantes comisionistas, los de las partidas de chapas en los Patos, los soldados de reemplazo, la gente que no quería volver a su casa y los que no tenían casa a la que volver. También la chavalería que apuraba las madrugadas frente a aquella casona que hacía las veces de estación. Futuros ministritos y los perdedores de la vida se acercaban a aquel mostrador a calmar el hambre y paliar la sed.
Felipe hizo el AVE desplegando millones, una barbaridad en comisiones ilegales para el partido y a todos los de la mili que estaban disponibles para proteger las obras de la ETA. Empezó aquello tan chulo y nos dijeron que ya éramos modernos. ‘El País’ empezó a educarnos en vinos raros y recetas extravagantes servidas en platos ovalados. Y así acabamos. Haciendo como que entendemos cuando el camarero nos sirve un dedín para que aprobemos el tinto antes de servirlo. Con la verdad que había en el Montes.
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