Apuntes al margen
El laberinto ajeno
El PP andaluz asiste atónito a la guerra interna que lo ha puesto en el foco de los problemas
HAY que reconocerle al PP andaluz que ha conseguido lo que los populares de algunas provincias, como Córdoba , llevan años poniendo en práctica: que se le reconozca como partido de gobierno . Desde que se produjo el cambio por carambola en San Telmo, los populares han asentado un presidente-candidato que no da pavor, que es claramente reconocible y que se presentará a las elecciones autonómicas con claras posibilidades de ser el más votado por primera vez desde que Javier Arenas ganase las autonómicas de 2012. Que lo hará además con un candidato socialista, Juan Espadas , en proceso de implantación y un flanco izquierdo del PSOE aquejado de los mismos problemas de división y falta de implantación territorial que se han visto en otros territorios.
Desde las elecciones municipales de 1995, los populares andaluces iniciaron su particular perestroika. El partido agrario y muy conservador se convirtió, por la entrada de una generación de treintañeros, particularmente procedentes del mundo de la abogacía, en una referencia de las zonas urbanas con cierta inspiración liberal más teórica que práctica.
Aunque cueste explicarlo en otros lugares, aquí es el PSOE quien se juega el voto con Vox en los municipios más pequeños , en la Andalucía vacía. Porque han sido los socialistas quienes han logrado en ese ámbito mantener la continuidad en el poder que han ido perdiendo, con periodos lógicos de alternancia, en los núcleos urbanos más poblados. Los Moreno, Bendodo o Bellido son la segunda o tercera generación política del PP apto para mayorías que empieza a tomar cuerpo en el congreso de Sevilla que ganó José María Aznar.
Cumplidas todas las previsiones tras las elecciones castellano-leonesas, salvo las del CIS, el PP andaluz entra en modo canguelo no tanto por la posible necesidad de un pacto con Vox -si quieren saber cómo es de verdad menganillo hay que darle un carguillo- como que la guerra civil abierta en la cúpula de los antiguos miembros de Nuevas Generaciones de Madrid acabe dando un tiro en el pie en las posibilidades que se barruntaban hace apenas unos meses. Ni en los peores escenarios del PP andaluz se podían imaginar que la decisión de llamar a los andaluces en las urnas se realizaría sobre la base de lo malo, lo peor y lo infame.
El episodio del contrato, los espías y Carromero, que no es sino el culmen de la guerra entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso , ha terminado por darle la puntilla al modo pánico de los populares andaluces que no dan crédito ante lo que está pasando entre sus jefes de la capital. Poquito a poco, están empezando a ver como factores endógenos empiezan a poner plomo en las alas de sus posibilidades electorales en Andalucía a fuerza de problemas que no han provocado.
La estrategia de Juanma Moreno, que es la misma de José María Bellido en la Alcaldía, ha sido la de crear gobiernos no estridentes, capaces un día de regalarle el oído a las cofradías y al día siguiente tener puentes con el mundo cultural que le era refractario. A costa, incluso, de frenar determinadas decisiones de cambio interno en sus respectivas administraciones con el objetivo de que nadie pudiera sentirse fuera de sitio o dañado. Todo ese trabajo de comerse sapos diarios , que es lo que ha venido ocurriendo con tal de consolidar posiciones, se está viendo amenazado, quién lo diría, por las tensiones en la pandilla.