Crónicas de Pegoland
La hoja de ruta
Esos eufemismos que esconden lo que realmente se debe decir con voz clara
Cada vez que alguien anuncia la hoja de ruta sobre algo echo mano a la pistola , pego dos tiros al techo y me bebo el tequila de un trago siempre que no sea más tarde de la una de la madrugada porque en ese caso estoy en mi casa ya que han cerrado los garitos. Cada vez que alguien pide a otro «la hoja de ruta» tiendo a creer que igual es que no le vale el plan completo y prefiere conocer exclusivamente solo sus nimios detalles. «Oiga, que ya tenemos una hoja de ruta», te dice el político posmoderno. Y eso siempre hay que traducirlo de la misma manera: «No tenemos ni puñetera idea de lo que vamos a hacer pero no tenemos los riles de salir a reconocer que nos hemos pegado un verano estupendo». La hoja de ruta es la nada de la política, el cero a la izquierda de la gestión. El engañabobos.
Ayer, unos cargos de la Junta anunciaron un bonito plan para intensificar el trabajo en los juzgados, que falta le hace, con el objetivo de paliar el atasco generado por el coronavirus y el estado de alerta. El señor de traje que vino a presentar la cosa dijo que el plan «no tiene precedentes». Lo que viene a ser la caña, diga usted que sí. Resulta que la primera medida en la que consiste viene a llamarse «el autorrefuerzo ». Consiste el citado concepto -enhorabuena por el esfuerzo de esas meninges autonómicas- en que el mismo funcionario que va por la mañana se quede un rato, si así le parece oportuno, cobrando las oportunas horas extra. El «autorrefuerzo» debe quedar en los anales de la neolengua administrativa por ser una aliteración que haría la dicha de Cabrera Infante . Acabáramos.
Cuando ustedes escuchen que la epidemia presenta «transmisión comunitaria» podrían imaginar un huerto urbano, el porrito en un parque, pasarse la litrona si es que sigue habiendo litronas. Algo chulo y placentero. Mas resulta que la transmisión comunitaria consiste en que un virus corra sin control. En realidad, la cosa está más cerca del «vamos a morir todos» que del «qué bien lo está haciendo el ministro». Que exista la susodicha transmisión es un horror verdadero, eso por lo que nos ponemos mascarillas .
Si les han dicho que algo -una carretera, un centro de salud- va a ser «reprogramado» tengan por seguro que lo que pasará es que no se hará nunca. Si les aventan que una medida pública tal va a ser «repensada» es que tiene muchas posibilidades de que acabe en la basura, en muchas ocasiones por justos méritos. Si una partida económica va a ser «maximizada», es que se han quedado sin pasta mientras que la creación de un observatorio suele implicar que un compadre más ha sido enchufado. Y si les instan a la atención telefónica o a la cita previa es que nadie les hará ni puñetero caso cuando lo necesiten. Ahora bien, cuando les hablen de ocio nocturno pueden ir echándose a temblar porque lo que querían decir era toque de queda, ley seca. En mi barrio ha sido muy celebrada la operación policial para cerrar una heladería. Se empieza por la horchata de chufa y nunca se sabe, señora. La droga o algo peor.
Noticias relacionadas