Apuntes al margen

Hallazgos no casuales

Córdoba camina sobre un mar de restos históricos que aportan conocimiento y economía

Detalle del mosaico de Adamuz ABC
Rafael Ruiz

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Hemos empezado a acostumbrarnos a las noticias que relatan que un agricultor estaba con su retro y, anda, se topa con un mosaico (probablemente ligado a una villa romana) o con la figura de una leona íbera. Se empieza a dar como normal lo que constituye una gran excepcionalidad de la que sentirse orgulloso: La existencia de restos arqueológicos abundantes y la presencia de un amplio grupo de profesionales capaces de detectarlos, estudiarlos, extraerlos cuando procede y restaurarlos. La historia de la ciudad de Córdoba y de numerosos puntos de su provincia, así como la riqueza de lo que por aquí pasó, ha legado un amplio catálogo de testigos del tiempo que siguen dando grandes noticias.

Sucede que hubo tres hechos fundamentales para que esto ocurriese. En primer lugar, la operación del Bulevar de Anguita que acabó con la contratación de todos los camiones de arena disponibles para ocultar los restos que aparecieron. En segundo, la destrucción parcial del complejo de Cercadilla que es el gran pecado original. El tercero, la creación de una de las normas de vigilancia arqueológica más estrictas que no aconseja sino que obliga al sector inmobiliario a abonar parte de los costes de la investigación. A ello se puede sumar un momento añadido: determinados municipios como Almedinilla o Baena (los pioneros de la cosa) le vieron la punta económica al asunto. Ahora, no hay ayuntamiento que no esté trabajando en sus respectivos yacimientos arqueológicos o en la rehabilitación de sus castillos como fuente de atracción.

Dígase claro: la Historia vende . Poder pasear entre restos del pasado es un valor añadido. Constituye una inversión y no un gasto. Es una fuente de conocimiento (y por sí mismo eso ya justifica lo invertido) pero también de puestos de trabajo. La Universidad de Córdoba tiene investigadores y docentes excelentes que, al dedicarse a las humanidades, no tienen el empujón social que sí tienen sus pares de otras ramas científicas del saber.

La pregunta procedente es si todo ese conocimiento se está enseñando como merece, si recibe una financiación estable a la altura de las responsabilidades que tiene. Si se divulga como debe. Si tiene el retorno social correspondiente. La respuesta, me temo, es que no. Un ejemplo palmario de ello es que Córdoba tiene uno de los mejores museos arqueológicos de España que, por razones de espacio, enseña un uno por ciento de sus fondos. El resto se encuentra guardado en un almacén, el Silo , que constituye una bellísima caja fuerte en la que los objetos entran pero no salen.

La agenda política, que es la que asigna los recursos presupuestarios, rara vez lo tiene en cuenta. Se optó en su día por priorizar la construcción de una millonaria biblioteca estatal cuando la lógica decía que eran necesarias salas de lectura en los barrios, de cercanía. Que una cooperación con el Ayuntamiento para habilitar los espacios no ocupados de Lepanto hubiera sido más barata que la construcción de un centro público sobre la huella de un parque. La Delegación de Cultura de la Junta, para más inri, es compartida con tres departamentos más. Y cualquier exposición recibe más foco que las iniciativas que se realicen en materia arqueológica. Y eso a pesar de que muchas de las piezas históricas están aquí. Son nuestras . Hemos pagado por su custodia y rehabilitación. Qué paradoja que Córdoba esté alquilando colecciones artísticas ajenas cuando tiene una de las mejor dotadas.

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