Crónicas de Pegoland
A la fresca
Cualquier día acaba la siesta ante la Unesco para su protección cultural
EL Ayuntamiento gaditano de Algar acaba de anunciar, con éxito internacional (que es lo que pasa cuando te saca el Guardian), que promoverá las charlas a la fresca en la puerta de las casas como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Esas caritas en la Unesco habrá que verlas cuando les lleguen los informes de expertos asegurando que la cosa a proteger es a la Quiteria y a la Paquita poniendo verde a medio pueblo ataviadas con batita suelta, preguntando a todo el que pasa «y tú de quién eres» o haciéndose cruces de los comportamientos de la juventud al grito de «uyuyuy».
Las charlas a la fresca (es un decir para quien se crió en el sitio con más calor de España) son en mis recuerdos infantiles lo más cercano al espionaje de la KGB . Aquellas señoras, porque eran señoras fundamentalmente —amigas todas de la abuela María Antonia—, llevaban un archivo detallado de quién le hablaba a quién, maravilloso subterfugio del idioma popular para retratar las relaciones sexuales. Eran capaces de trazar el árbol genealógico de cualquiera incluyendo, por supuesto, todo tipo de trances, cuernos, matrimonios rotos e hijos incorregibles. Hubieran hecho carrera en el Mossad sin esfuerzo, las tías, por su capacidad deductiva y esa divertida mala leche que se gastaban en los dinteles de molinaza de los portones siempre abiertos.
Cuenta con mucha gracia Ana Iris Simón en ‘Feria’ , su libro de éxito, que se topó con una asociación feminista que organizaba charletas en la calle —una costumbre que consideraba como lo más normal del mundo— bajo el nombre de «tejer redes de cuidados femeninos». Acabáramos. Los gestos cotidianos, lo que nunca tuvo más importancia que la precisa, objeto de subvención y camino de París por si la Unesco lo bendice.
Cualquier día acaban protegiendo internacionalmente saludarse por la calle, conocer al vecino por su nombre, pararse en la tasca. Hablarle a desconocidos, qué horror, o ir a comer a casa todos los días, que es lo que hacen las personas humanas. Y, definitivamente, echarse un coscorrón de duración variable —allá cada cual con sus necesidades— mientras en la tele dan ciclismo. Unesco, la siesta . Ahí te quiero ver. En las cosas que importan.
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