Crónicas de Pegoland

Los chavales

Hay que indagar en la cadena desastrosa que llevó al macrobrote estudiantil

Hotel Bellver, en Palma de Mallorca Efe
Rafael Ruiz

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Del episodio de la chavalada pegándosela parda en Mallorca solo podemos concluir que a cierta edad solamente cabe contemplar las actitudes de las nuevas generaciones desde la envidia más absoluta. A quién no le gustaría tener 18 añitos, la vida por delante, dinero para gastar y el mar en el horizonte. Nosotros fuimos (o nos hubiera encantado ser) así. Ellos serán los que, dentro de veinte o treinta años, fruncirán el ceño y dirán «qué escándalo» cuando vean al personal juvenil con la papa retransmitida por el telediario . Pandemia aparte , no he visto nada en estas jornadas distinto a lo que pasó en mi propio viaje del final del instituto salvo el contexto. ¿Ustedes saben lo complicado que fue montar una noche completa de farra en Soria un lunes?

Si ha cambiado algo en este tiempo es la protección familiar. Si a cualquiera de los de entonces nos hubiera pasado algo similar, lo último que habría ocurrido sería una comunicación inmediata a la superioridad no fuese que encima de cornudos, apaleados . La presentación de ‘habeas corpus’ es el paso definitivo. El símbolo total de las relaciones entre padres e hijos en estos tiempos confusos.

Los chavales han demostrado en estos días que les falta un hervor gordo. Sus familias son las primeras que se tiran en estos días de los pelos por el permiso que dieron, por el viaje que pagaron. Lo único que habría que recordar es que la muchachada no redactó las normas que permiten la movilidad entre la península y las Islas Baleares, y que decían que plantarse allí en masa era perfectamente legal. Ni siquiera comercializaron o permitieron que se comercializasen una serie de productos turísticos que invitaban al desfase de cientos, miles, de jóvenes con las hormonas a todo trapo. Una de las cosas menos difundidas de todo esto del macrobrote es que se diseñó desde la más escrupulosa legalidad.

Los muchachos y muchachas, supongo, tampoco autorizaron ni promovieron un concierto de reguetón para miles de espectadores donde había que estar, en fin, sentado como en misa. Entiendo que no eran ellos los que tenían haber levantado el teléfono para que las cadenas hoteleras no llenaran el espacio vacío del turismo británico. Y no fueron ellos, al cabo, los que se han pasado por el forro determinados preceptos constitucionales confinando por estrictos criterios de edad y procedencia. Porque hasta los niñatos, amigos, tienen derechos.

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