Crónicas de Pegoland
Carchenilla
Las ciudades viejas no nos pertenecen y la piedra no es lo único que hay que conservar
Por Ramírez de Arellano sabemos que la calleja de la Yerbabuena se llamaba en el XIX y antes Carchenilla . que vaya usted a saber quién era el caballero que vivía por San Lorenzo, barrio que don Teodomiro consideraba lleno de rojillos. Y que Horno de la Trinidad se llamaba Horno de la Trinidad porque estaba en la Trinidad y había un horno , cosa que parece digna de elogio y fruto del sentido común. Han estado a pique, en ambos casos, de convertirse en víctimas de la moda de cambiarle el nombre a las calles de la Córdoba antigua, cosa que me parece una ordinariez, por la presión de algunas cofradías.
Los vecinos de las ciudades viejas vivimos de prestado. Vamos y venimos por un lugar que no creamos y que nos sobrevivirá si Putin lo estima conveniente. Creemos que es la piedra lo único que tenemos que preservar cuando resulta que hemos perdido el patrimonio de las palabras . De llamar a las calles por los nombres que tuvieron, en algunos casos, durante siglos. Desde García Márquez sabemos que las cosas nuevas son aquellas que no tienen cómo llamarse y, para nombrarlas, hay que señalarlas con el dedo .
A lo largo de siglos se han perdido auténticas bellezas como la calle del Sol o del Lodo. De los Letrados o de los Pescadores. De Carniceros o de Mesones. La Carrera del Puente o la calle Pedregosa. Maravillas como la calle de la Pierna, Almonas, del Baño o Puerta del Hierro. De las Comedias, Abrazamozas, Esparterías (¿quién la llama Rodríguez Marín , a ver?) solo perviven en el imaginario popular, arrancadas de los papeles oficiales y del Google Maps que sirve a los turistas para ir por donde no deben.
Milagrosamente, se han salvado Pero Mato y Juan Palo en los tiempos que corren. El primero se cargó a su señora por un asunto de poliamor y el segundo adquirió el apodo porque, cuando se quejaba de su esposa a su señora madre, la dama le daba siempre el mismo consejo: «Juan, palo» . El saber popular le quitó la coma.
Francisco García Verdugo , geógrafo municipal cuando el Ayuntamiento tenía geógrafos, recuperó todo ese acervo, que es común, en esos azulejos que se pueden ver en una parte del casco histórico. Salvador Fuentes ha hecho bien en parar esta mala, malísima idea, de meterle mano al callejero de la ciudad vieja como si fuese una cosa de quita y pon, a gusto del consumidor, de sújetame el cubata. La próxima vez, a Poniente. Que es bien grande, bien feo y para eso está.
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