Crónicas de pegoland

Las carcasas

Cierra todo menos las tiendas de adminículos para nuestro gran amigo el móvil

Rafael Ruiz

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DE todos los misterios humanos hay tres que no alcanzo a entender: la mecánica cuántica, los debates entre feministas sobre qué es ser mujer-mujer y por qué hay tantas tiendas de carcasas. De todos ellos, este último es el que me tiene más sorprendido por encima de que pueda haber vida en Venus analizando los rastros gaseosos de la caca de supuestas bacterias o que existan universos alternativos con otros como yo que en estos momentos andan tomándose una caña con la novia. En plena crisis tremebunda, caen las tiendas de ropa, de electrodomésticos y las floristerías -por citar tres sectores al azar- pero aguantan como leones esos comercios de iluminación excesiva y música chunda chunda para ponerle al móvil una funda con la cara de Fernando Simón , por poner el ejemplo de un famoso posmoderno. La pregunta es sencilla: ¿qué hará la gente con la carcasa de los móviles? ¿Les pegan fuego, se las comen, se las dejan en la barra del bar cuando tienen que abandonar las instalaciones por orden de la autoridad sanitaria?

Vale que ya tuve esa misma sensación cuando proliferaron los «compro oro» o las tiendas de vapear, aquella forma de fumar sin fumar con sabor a albóndigas con choco . Inclusive, con esa costumbre bárbara de colocar cajeros automáticos de dispensación de bocadillos, preservativos o bebidas con las que se pretende sustituir robóticamente al tendero de toda la vida. En este caso, sucede que estos comercios de adminículos para el móvil han acabado implantados donde antes había perfumerías finas, lugares de ropa de marca. La tienda de carcasas es el nuevo «must» del comercio del Centro . Lo que en su día fueron las ópticas. Vendrán los centros comerciales para recordarnos que, entre su oferta variada, está la de adquirir carcasas mientras se escucha música a todo volumen y se expone uno a sufrir un deterioro de la córnea por esos focos que precisan, supongo, de central nuclear propia.

Si hubiese alguna explicación confesable-desde aquí te pido, alcalde, que incluyas el tema en los debates del Plan Estratégico -, la peor puede ser que los seres humanos dependemos ya del móvil con tanta intensidad que lo tratamos como a un hijo, como a esa mascota a la que se le otorgan propiedades humanas. Nos hemos vuelto tan dependientes del telefonito que hacemos como aquellas abuelas que tenían un tapete de croché para adornar la televisión en la que seguían las telenovelas de Televisa . Queremos al móvil tanto como aquellos padres de familia que sacaban cada domingo el coche, lo limpiaban con esmero, le reparaban cualquier imperfección. Esos señores de trapito dominical que tienen su auto como una novia. Si caemos enfermos, el médico nos atiende por el móvil. Si buscamos encuentros sexuales, existen las aplicaciones. No se es nadie sin eso que se llama perfil digital que, en realidad, consiste en estar pendiente del móvil. Y los de las carcasas, que son unos linces , han detectado que ese teléfono, como una reina.

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