Crónicas de Pegoland

Aceite de girasol

Allá sea por extrema necesidad, por calamitosa consecuencia de los mercados internacionales

Un expositor casi vacío de botellas de aceite de girasol en un supermercado de Madrid EFE
Rafael Ruiz

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Tengo en mi casa una botella de girasol casi llena desde, aproximadamente, 2001. Gobernaba José María Aznar , si no recuerdo mal, cuando alguien apareció por mi cocina con eso que sacan de las pipas del girasol . Es casi un objeto folclórico que tengo en los estantes y no tengo muy claro a quién se le ocurrió comprarla, la verdad.

Porque, salvo ataque narcoléptico en los pasillos del Mercadona o salvo psicosis claramente resultado de estos tiempos cabrones que vivimos, resulta claramente inviable que uno de Montoro, yo, haya comprado voluntariamente (sin que haya nadie apuntándome a la sién) una botella de aceite de girasol que es lo más parecido a un puaj.

Desde aquí lo digo. La botella de aceite de girasol está a disposición de ustedes porque me ha acompañado, vaya usted a saber por qué, por dramas y mudanzas. Si el dueño de alguna taberna la necesita para la freiduría, para la mayonesa, para lo que se use ese mejunje , aquí tiene un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo. Y dado que, por lo visto, es artículo de primera necesidad (de adquisición limitada) desde aquí mando el mensaje: cuenten con mi botella que es gran reserva. O cercana a su fecha de caducidad en el que caso de que el girasol también lo tenga.

Y no es que no yo ponga en duda sus propiedades, que no es eso. Ni siquiera su relación calidad-precio, que entiendo superior sobre otras grasas vegetales. Ni su aportación neutra de sabor. Que tampoco va de eso. Lo que me pasa es que sigo a rajatabla la tradición familiar, labrada en piedra, de que en casa solo se utiliza el jugo de las aceitunas, sin más aditamentos (en su virginal transparencia), para todo lo que tenga que ver con la cocina.

Desde la base de un sofrito al alioli. Desde el aderezo a la ensalada a la fritura del flamenquín. Desde el adobo al salmorejo a, huelga decirlo, el gazpacho de habas, tomates o cualquiera de las variedades que se admitan como canónicas. Estoy dispuesto a dejar a mi sangre sin herencia si alguna vez se le ocurre usar aceite de girasol para otra cosa que no sea dar lubricante a tornillos o piezas de metalería. Allá sea por extrema necesidad, por calamitosa consecuencia de los mercados internacionales . Hay cosas que es que no se hacen.

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